lunes, 26 de junio de 2023

LA LITURGIA DE LAS HORAS. PRIMERA PARTE



 



La Liturgia de las Horas u Oficio Divino es oración de la Iglesia que continúa en el tiempo la oración de Cristo. Jesús nos invita a dedicarnos a la oración con estas palabras: “Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer” (Lc 18, 1). “Velad en todo tiempo y orad” (Lc 21, 36). La Iglesia, recogiendo este legado, aconseja que no cesemos un momento en la oración y que ofrezcamos siempre a Dios el sacrificio de la alabanza por medio de Jesucristo. Se responde al mandato de Cristo no sólo con la celebración de la Eucaristía, sino también con otras formas de oración, principalmente con la Liturgia de las Horas que, conforme a la tradición cristiana, heredada, en parte, de la tradición judía, tiene como característica propia santificar el curso entero del día y de la noche. 

El modelo de la oración comunitaria y, por tanto, de la celebración del Oficio Divino, lo tenemos en los Hechos de los Apóstoles. En este libro se habla del grupo de discípulos congregados para la oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús: “Pedro y Juan, Santiago y Andrés, … Todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, …” (Hch 1, 13-14). La oración en común de este grupo de discípulos es la expresión verdadera de su unidad, conseguida por la posesión de un mismo corazón y una sola alma: “Los que habían creído tenían un corazón y una sola alma, y ninguno tenía por propia cosa alguna, todo lo tenían en común” (Hch 4, 32). De la iglesia primitiva se dice que “eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42) y que “se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón” (Hch 5, 12). Por otra parte, el evangelio de Lucas acaba diciendo que los apóstoles después de la Ascensión “se volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban de continuo en el templo bendiciendo a Dios” (Lc 24, 52-53). 

El Oficio Divino, oración esencialmente eclesial y comunitaria, no puede considerarse propiedad particular del clero. Es la oración del Pueblo de Dios que, en unión con Cristo, se eleva diariamente al Padre, con el auxilio del Espíritu Santo. Las lecturas y las oraciones de este constituyen un manantial de vida cristiana. Se nutre de la Sagrada Escritura, de las palabras de los santos y se robustece con las plegarias. San Agustín expresa así su experiencia al ver a una comunidad en oración: “¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad y corrían las lágrimas”.   

La Liturgia de las Horas contribuye a dar sentido a la vida humana, haciendo que cada momento del día y de la noche se convierta para el creyente en un signo de la presencia del misterio de la salvación y del encuentro y el diálogo con Dios: “Dios habla a su pueblo y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración”. Todos los que participan, sean pastores o simples bautizados, contribuyen a la acción pastoral y santificadora de la Iglesia, se santifican a sí mismos y encuentran en el Oficio fuerza y eficacia para las tareas apostólicas. 

La Liturgia de las Horas, como toda oración comunitaria, nos ayuda a fomentar nuestra conciencia de hijos de la misma familia que, a lo largo de los siglos, a través de las alabanzas, acciones de gracias y peticiones, no hace otra cosa que expresar el deseo común de toda la humanidad, aunque para muchos permanezca inconsciente: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).



                       Mª Isabel San José Rodríguez


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