sábado, 15 de octubre de 2022

TERESA, MAESTRA DE ORACIÓN








Teresa de Jesús habló mucho y bien de Valladolid en sus escritos. Pasó por nuestra ciudad en seis ocasiones, con estancias más o menos prolongadas. Las Carmelitas Descalzas llegaron el 10 de agosto de 1568, instalándose en los terrenos poco saludables de Río Olmos, en las cercanías de la actual parroquia de Santo Domingo de Guzmán, en la plaza del Doctor Quemada. Actualmente hay una cruz blanca que indica el lugar exacto del emplazamiento. Para no morir de paludismo, todas las monjas tuvieron que pasar al palacio (hoy Palacio Real, situado en la Plaza de San Pablo) de María de Mendoza, viuda de Francisco de los Cobos, Secretario de Carlos I. Allí permanecieron hasta el 3 de febrero de 1569, fecha en la que comenzó el traslado al lugar que ocupan en la actualidad, el Convento de la Concepción del Carmen en la Calle Rondilla de Santa Teresa, 28. 
Santa Teresa, como todos los místicos, habla por experiencia, escribe con los ojos puestos en sí misma: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho”. Pero también con un afán de comunicación y un propósito didáctico, de llevar a otros hasta donde ella misma ha llegado: “Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto”. Su intención es escribir para todos, ser con la pluma como fue en su vida: maestra espiritual. 
En el camino de la oración debemos servirnos de todos los medios posibles. En primer lugar, los libros, que sirven para concentrarnos y ofrecen material de meditación: “Es bueno un libro para presto recogerse”. El Evangelio fue siempre su recurso más eficaz: “Siempre he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados”. En segundo lugar, la naturaleza, que nos habla de Dios y nos lleva a Él: “Aprovechábame también ver campo, agua o flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro”. En tercer lugar, los maestros: “De buen entendimiento, y que tengan experiencia; si con esto tienen letras, es grandísimo negocio”. En cuarto lugar, los amigos: “Gran mal es un alma sola entre tantos peligros”. “Por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo”. 
Más importantes que los medios son las virtudes, pues el secreto de la oración no está en los elementos externos sino en la integridad del orante. Las virtudes son esas disposiciones indispensables para el ejercicio de la oración. La primera, el amor: “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. Y añade: “La más cierta señal de que amamos a Dios es guardando bien el amor al prójimo”. La segunda, el desasimiento, que es sinónimo de libertad, no estar atado a nada ni a nadie: “No consintamos, ¡oh, hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre”. La tercera, la humildad, que es: “Andar en verdad” y la cuarta, la fortaleza. El camino de la oración exige esfuerzo y constancia, pero se trata de un esfuerzo de consentimiento a una fuerza de atracción que nos precede: “Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”. 
Teresa pone gran esmero al describir el modo particular en que entiende la oración, como camino de amor hacia Dios y encuentro con Él. Y así nos presenta su famosa definición de oración mental: “Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Y precisamente por ser expresión del amor, la santa, tan poco amiga de fórmulas, no quiere encorsetar la oración en ningún método, dejando amplia libertad al orante: “Y así, lo que más os despertare a amar, eso haced”. En cualquier caso, para Teresa, el camino más normal de esta oración es la meditación que arranca del Evangelio, y se convierte en esa conversación de amor con Cristo, que en muchas ocasiones dará lugar a bellísimos escritos como este: “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, / que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado. / Cuando el dulce Cazador / me tiró y dejó herida, / en los brazos del amor / mi alma quedó rendida, / y, cobrando nueva vida, / de tal manera he trocado, / que es mi Amado para mí / y yo soy para mi Amado. / Hirióme con una flecha enherbolada de amor, / y mi alma quedó hecha / una con su Creador; / yo ya no quiero otro amor, / pues a mi Dios me he entregado, / y mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado”.
Por tanto, la oración, además de un camino de amistad con Dios, es un camino de interiorización, purificación y transformación de vida, que nos lleva a un estado de serenidad, de paz; y así Teresa sintetiza esta conclusión en su célebre poema: “Nada te turbe, / nada te espante, / toda se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta: / solo Dios basta”. 

TERESA, MAESTRA DE ORACIÓN
Teresa de Jesús habló mucho y bien de Valladolid en sus escritos. Pasó por nuestra ciudad en seis ocasiones, con estancias más o menos prolongadas. Las Carmelitas Descalzas llegaron el 10 de agosto de 1568, instalándose en los terrenos poco saludables de Río Olmos, en las cercanías de la actual parroquia de Santo Domingo de Guzmán, en la plaza del Doctor Quemada. Actualmente hay una cruz blanca que indica el lugar exacto del emplazamiento. Para no morir de paludismo, todas las monjas tuvieron que pasar al palacio (hoy Palacio Real, situado en la Plaza de San Pablo) de María de Mendoza, viuda de Francisco de los Cobos, Secretario de Carlos I. Allí permanecieron hasta el 3 de febrero de 1569, fecha en la que comenzó el traslado al lugar que ocupan en la actualidad, el Convento de la Concepción del Carmen en la Calle Rondilla de Santa Teresa, 28. 
Santa Teresa, como todos los místicos, habla por experiencia, escribe con los ojos puestos en sí misma: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho”. Pero también con un afán de comunicación y un propósito didáctico, de llevar a otros hasta donde ella misma ha llegado: “Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto”. Su intención es escribir para todos, ser con la pluma como fue en su vida: maestra espiritual. 
En el camino de la oración debemos servirnos de todos los medios posibles. En primer lugar, los libros, que sirven para concentrarnos y ofrecen material de meditación: “Es bueno un libro para presto recogerse”. El Evangelio fue siempre su recurso más eficaz: “Siempre he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados”. En segundo lugar, la naturaleza, que nos habla de Dios y nos lleva a Él: “Aprovechábame también ver campo, agua o flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro”. En tercer lugar, los maestros: “De buen entendimiento, y que tengan experiencia; si con esto tienen letras, es grandísimo negocio”. En cuarto lugar, los amigos: “Gran mal es un alma sola entre tantos peligros”. “Por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo”. 
Más importantes que los medios son las virtudes, pues el secreto de la oración no está en los elementos externos sino en la integridad del orante. Las virtudes son esas disposiciones indispensables para el ejercicio de la oración. La primera, el amor: “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. Y añade: “La más cierta señal de que amamos a Dios es guardando bien el amor al prójimo”. La segunda, el desasimiento, que es sinónimo de libertad, no estar atado a nada ni a nadie: “No consintamos, ¡oh, hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre”. La tercera, la humildad, que es: “Andar en verdad” y la cuarta, la fortaleza. El camino de la oración exige esfuerzo y constancia, pero se trata de un esfuerzo de consentimiento a una fuerza de atracción que nos precede: “Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”. 
Teresa pone gran esmero al describir el modo particular en que entiende la oración, como camino de amor hacia Dios y encuentro con Él. Y así nos presenta su famosa definición de oración mental: “Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Y precisamente por ser expresión del amor, la santa, tan poco amiga de fórmulas, no quiere encorsetar la oración en ningún método, dejando amplia libertad al orante: “Y así, lo que más os despertare a amar, eso haced”. En cualquier caso, para Teresa, el camino más normal de esta oración es la meditación que arranca del Evangelio, y se convierte en esa conversación de amor con Cristo, que en muchas ocasiones dará lugar a bellísimos escritos como este: “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, / que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado. / Cuando el dulce Cazador / me tiró y dejó herida, / en los brazos del amor / mi alma quedó rendida, / y, cobrando nueva vida, / de tal manera he trocado, / que es mi Amado para mí / y yo soy para mi Amado. / Hirióme con una flecha enherbolada de amor, / y mi alma quedó hecha / una con su Creador; / yo ya no quiero otro amor, / pues a mi Dios me he entregado, / y mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado”.
Por tanto, la oración, además de un camino de amistad con Dios, es un camino de interiorización, purificación y transformación de vida, que nos lleva a un estado de serenidad, de paz; y así Teresa sintetiza esta conclusión en su célebre poema: “Nada te turbe, / nada te espante, / toda se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta: / solo Dios basta”. 


Mª Isabel San José Rodríguez