sábado, 20 de agosto de 2022

San Bernardo

 BERNARDO DE CLARAVAL


La Orden Cisterciense vio la luz en una época de profundos cambios políticos, sociales, intelectuales y artísticos, en la abadía francesa de Cîteaux, fundada en 1098 por los Santos Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding. La nueva orden surgió como respuesta a la relajación benedictina, a cuyas fuentes estos monjes quisieron retornar.




La expansión definitiva la dio unos años más tarde San Bernardo (Castillo de Fontaines-les-Dijon, 1090 – Abadía de Claraval, 1153) que ingresó en ella en 1112. Hombre de extraordinario carisma y con una gran habilidad de persuasión, de ahí el sobrenombre de “el Cazador de almas”. Con un agudo sentido de la observación, una imaginación vivaz y una capacidad excepcional de sentir y de emocionarse, Bernardo es un poeta. De sus escritos cabe señalar no solo la importancia del conjunto de ideas expresadas, sino también el clima poético creado. Destacan las Cartas, los Tratados Doctrinales y ante todo los Sermones, de gran valor espiritual. Su obra magna es una serie de 86 Sermones sobre el Cantar de los Cantares, que comenzó en 1135 y que continuó durante quince años, dejándola incompleta.        

Recorrió Europa y participó en los principales conflictos doctrinales de su época. Contribuyó a la reforma del clero. Invitó a los obispos a practicar una mayor pobreza y un mayor cuidado de los pobres. 

Con todo ello, puso las bases de una de las órdenes más importantes de la cristiandad durante la Edad Media, que perdura en nuestros días con toda la fuerza de su original espiritualidad. 

Bernardo es un hombre de Biblia. Posee un conocimiento amplio, profundo y preciso del texto sagrado. Gran parte de sus páginas son un mosaico de citas bíblicas, hábilmente escogidas, dispuestas y trenzadas, cuya luz ilumina todo. Para él, la Escritura está más orientada a la oración que al estudio. Es su alimento, el espacio vital en el que respira y donde encuentra a Dios. Los grandes maestros del monacato piden al monje que se enfrasque y empape de ella, y así lo entiende Bernardo: “Cuando la voz divina comienza a resonar en los oídos del alma, la turba, la aterra y la juzga. Pero inmediatamente, si no cierras el oído, la llena de vida, la ablanda, la calienta, ilumina y purifica. Y finalmente, se convierte en nuestro alimento, arma defensiva y medicina, en nuestra fortaleza y descanso, en nuestra resurrección y plenitud total”. 

Teólogo y místico, aportó al hombre de su época la devoción a Cristo Hombre. “Sólo Jesús es miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón”. Su Humanidad se hace así más accesible y, de esta forma, se puede convertir en modelo de virtudes a imitar, y camino para encontrarse con el Dios Amor: “De todas las emociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que Él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado. Si Él ama, es para que nosotros lo amemos a Él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí”. 

San Bernardo nos recuerda que, sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y la contemplación, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual: “Debería proseguir la búsqueda de Dios, al que no se busca suficientemente, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión”. 

Uno de los aspectos centrales de su rica doctrina se refiere a su amor y devoción a la Virgen María, a la que considera la criatura más bella de la Creación. Ve en ella el modelo de todo cristiano y la intercesora de todas las gracias. Bernardo no tienes dudas: “Per Mariam ad Iesum”, a través de María somos llevados a Jesús. “Tú, quienquiera que seas, y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo en tierra firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella, si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María”. 

El mensaje de este enamorado de Cristo y de su Iglesia es válido para nuestros días y para los hombres más distintos, es un mensaje atemporal y universal porque es un hombre de Dios. Un hombre, con las experiencias de cualquier hombre, a veces las de la miseria interior. Un hombre entregado a Dios y poseído por Él, del que recibe luces y energías que son idénticas en todos los siglos. Así el filósofo francés Maurice Blondel (1861-1949) hace la siguiente reflexión: “La lectura de San Bernardo y el contacto con el Nuevo Testamento, sobre todo con San Pablo, me han ayudado a sentirme extraño en nuestro mundo intelectual; y cuanto más intentaba ser de mi tiempo, más me rodeaba de una atmósfera que no tiene fechas, una filosofía de aire libre y pleno humanismo, que pueda respirarse en el siglo XXV igual que lo fue en el II o en el XII”. 



Mª Isabel San José Rodríguez