martes, 1 de noviembre de 2022

Nueva evangelización

🏹Ayer tarde-noche la evangelización cisterciense en el Centro de Valladolid fue de las más fecundas y simpáticas que recuerdo. Éramos poquísimos y llovía🌧️. De hecho empezamos dos, el padre franciscano Jordi y servidor. Me contó que en una de nuestras actividades les ha surgido un joven postulante vallisoletano. Oremos para que termine vistiendo el hábito de san Francisco y tengamos otro padre Kolbe🙏🏻. Luego, progresivamente,  vinieron cuatro evangelizadores más, Isabel, Javier, Mari Fuentes y finalmente mi padre. Por las hojitas repartidas, llegamos a más de quinientas personas. ¡Es como la multiplicación de los panes y peces, pero de hojitas bíblicas varias!. Se notaba la oración de las monjitas cistercienses del monasterio de San Joaquín y Santa Ana, que nos acogía 💒🙏🏻🙏🏻. 

 Nos presidía sobre la mesa que pusimos a pie de calle, una nueva imagen del Buen Pastor✝️. E hicimos promoción vocacional cisterciense. Oremos para que aparezcan nuevos san bernardos y santas bernardas🙏🏻. Empezamos a dar a conocer a la madre María Evangelista, vallisoletana que en el siglo XVII inició en este monasterio su camino de santidad.

 A la iglesia monástica entraron unos cien al menos. El primero fue José, un sin techo. Recibió agua bendita, escucha y la bendición sacerdotal de Fray Jordi. Y grupos y grupos de adolescentes ataviados monstrencamente  entraron, oraron y se arrodillaron ante Cristo eucarístico. Tuvimos profundas y amplias conversaciones con adolescentes y jóvenes, como Emilio, Dani, Alba, Raquel, etc. Hubo quien volvió trayendo gente. 

  Fray Jordi bendijo a muchisimos fuera y dentro del templo. Javier dio dentro de la iglesia impresionantes catequesis y logró que numerosos chavales se quedaran orando. Yo me quedaba ojiplático. El Espíritu Santo trabaja muy bien a través de Javier🕊. También muchos mayores y familias acogieron los mensajes bíblicos con santos o entraron en una iglesia que casi nunca abre (y posee dos goyas).

 Casi no hubo rechazo. La única pena era no ser más evangelizadores. Si puedo, haré una crónica ampliada.😀 Bendiciones.

🏹Esta tarde de Todos los Santos evangelizaremos desde el Santuario nacional de la Gran Promesa. Contamos con vuestras oraciones. 💫🔔🙌🏻🙏🏻😇

sábado, 15 de octubre de 2022

TERESA, MAESTRA DE ORACIÓN








Teresa de Jesús habló mucho y bien de Valladolid en sus escritos. Pasó por nuestra ciudad en seis ocasiones, con estancias más o menos prolongadas. Las Carmelitas Descalzas llegaron el 10 de agosto de 1568, instalándose en los terrenos poco saludables de Río Olmos, en las cercanías de la actual parroquia de Santo Domingo de Guzmán, en la plaza del Doctor Quemada. Actualmente hay una cruz blanca que indica el lugar exacto del emplazamiento. Para no morir de paludismo, todas las monjas tuvieron que pasar al palacio (hoy Palacio Real, situado en la Plaza de San Pablo) de María de Mendoza, viuda de Francisco de los Cobos, Secretario de Carlos I. Allí permanecieron hasta el 3 de febrero de 1569, fecha en la que comenzó el traslado al lugar que ocupan en la actualidad, el Convento de la Concepción del Carmen en la Calle Rondilla de Santa Teresa, 28. 
Santa Teresa, como todos los místicos, habla por experiencia, escribe con los ojos puestos en sí misma: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho”. Pero también con un afán de comunicación y un propósito didáctico, de llevar a otros hasta donde ella misma ha llegado: “Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto”. Su intención es escribir para todos, ser con la pluma como fue en su vida: maestra espiritual. 
En el camino de la oración debemos servirnos de todos los medios posibles. En primer lugar, los libros, que sirven para concentrarnos y ofrecen material de meditación: “Es bueno un libro para presto recogerse”. El Evangelio fue siempre su recurso más eficaz: “Siempre he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados”. En segundo lugar, la naturaleza, que nos habla de Dios y nos lleva a Él: “Aprovechábame también ver campo, agua o flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro”. En tercer lugar, los maestros: “De buen entendimiento, y que tengan experiencia; si con esto tienen letras, es grandísimo negocio”. En cuarto lugar, los amigos: “Gran mal es un alma sola entre tantos peligros”. “Por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo”. 
Más importantes que los medios son las virtudes, pues el secreto de la oración no está en los elementos externos sino en la integridad del orante. Las virtudes son esas disposiciones indispensables para el ejercicio de la oración. La primera, el amor: “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. Y añade: “La más cierta señal de que amamos a Dios es guardando bien el amor al prójimo”. La segunda, el desasimiento, que es sinónimo de libertad, no estar atado a nada ni a nadie: “No consintamos, ¡oh, hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre”. La tercera, la humildad, que es: “Andar en verdad” y la cuarta, la fortaleza. El camino de la oración exige esfuerzo y constancia, pero se trata de un esfuerzo de consentimiento a una fuerza de atracción que nos precede: “Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”. 
Teresa pone gran esmero al describir el modo particular en que entiende la oración, como camino de amor hacia Dios y encuentro con Él. Y así nos presenta su famosa definición de oración mental: “Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Y precisamente por ser expresión del amor, la santa, tan poco amiga de fórmulas, no quiere encorsetar la oración en ningún método, dejando amplia libertad al orante: “Y así, lo que más os despertare a amar, eso haced”. En cualquier caso, para Teresa, el camino más normal de esta oración es la meditación que arranca del Evangelio, y se convierte en esa conversación de amor con Cristo, que en muchas ocasiones dará lugar a bellísimos escritos como este: “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, / que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado. / Cuando el dulce Cazador / me tiró y dejó herida, / en los brazos del amor / mi alma quedó rendida, / y, cobrando nueva vida, / de tal manera he trocado, / que es mi Amado para mí / y yo soy para mi Amado. / Hirióme con una flecha enherbolada de amor, / y mi alma quedó hecha / una con su Creador; / yo ya no quiero otro amor, / pues a mi Dios me he entregado, / y mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado”.
Por tanto, la oración, además de un camino de amistad con Dios, es un camino de interiorización, purificación y transformación de vida, que nos lleva a un estado de serenidad, de paz; y así Teresa sintetiza esta conclusión en su célebre poema: “Nada te turbe, / nada te espante, / toda se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta: / solo Dios basta”. 

TERESA, MAESTRA DE ORACIÓN
Teresa de Jesús habló mucho y bien de Valladolid en sus escritos. Pasó por nuestra ciudad en seis ocasiones, con estancias más o menos prolongadas. Las Carmelitas Descalzas llegaron el 10 de agosto de 1568, instalándose en los terrenos poco saludables de Río Olmos, en las cercanías de la actual parroquia de Santo Domingo de Guzmán, en la plaza del Doctor Quemada. Actualmente hay una cruz blanca que indica el lugar exacto del emplazamiento. Para no morir de paludismo, todas las monjas tuvieron que pasar al palacio (hoy Palacio Real, situado en la Plaza de San Pablo) de María de Mendoza, viuda de Francisco de los Cobos, Secretario de Carlos I. Allí permanecieron hasta el 3 de febrero de 1569, fecha en la que comenzó el traslado al lugar que ocupan en la actualidad, el Convento de la Concepción del Carmen en la Calle Rondilla de Santa Teresa, 28. 
Santa Teresa, como todos los místicos, habla por experiencia, escribe con los ojos puestos en sí misma: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho”. Pero también con un afán de comunicación y un propósito didáctico, de llevar a otros hasta donde ella misma ha llegado: “Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto”. Su intención es escribir para todos, ser con la pluma como fue en su vida: maestra espiritual. 
En el camino de la oración debemos servirnos de todos los medios posibles. En primer lugar, los libros, que sirven para concentrarnos y ofrecen material de meditación: “Es bueno un libro para presto recogerse”. El Evangelio fue siempre su recurso más eficaz: “Siempre he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados”. En segundo lugar, la naturaleza, que nos habla de Dios y nos lleva a Él: “Aprovechábame también ver campo, agua o flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro”. En tercer lugar, los maestros: “De buen entendimiento, y que tengan experiencia; si con esto tienen letras, es grandísimo negocio”. En cuarto lugar, los amigos: “Gran mal es un alma sola entre tantos peligros”. “Por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo”. 
Más importantes que los medios son las virtudes, pues el secreto de la oración no está en los elementos externos sino en la integridad del orante. Las virtudes son esas disposiciones indispensables para el ejercicio de la oración. La primera, el amor: “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. Y añade: “La más cierta señal de que amamos a Dios es guardando bien el amor al prójimo”. La segunda, el desasimiento, que es sinónimo de libertad, no estar atado a nada ni a nadie: “No consintamos, ¡oh, hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre”. La tercera, la humildad, que es: “Andar en verdad” y la cuarta, la fortaleza. El camino de la oración exige esfuerzo y constancia, pero se trata de un esfuerzo de consentimiento a una fuerza de atracción que nos precede: “Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”. 
Teresa pone gran esmero al describir el modo particular en que entiende la oración, como camino de amor hacia Dios y encuentro con Él. Y así nos presenta su famosa definición de oración mental: “Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Y precisamente por ser expresión del amor, la santa, tan poco amiga de fórmulas, no quiere encorsetar la oración en ningún método, dejando amplia libertad al orante: “Y así, lo que más os despertare a amar, eso haced”. En cualquier caso, para Teresa, el camino más normal de esta oración es la meditación que arranca del Evangelio, y se convierte en esa conversación de amor con Cristo, que en muchas ocasiones dará lugar a bellísimos escritos como este: “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, / que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado. / Cuando el dulce Cazador / me tiró y dejó herida, / en los brazos del amor / mi alma quedó rendida, / y, cobrando nueva vida, / de tal manera he trocado, / que es mi Amado para mí / y yo soy para mi Amado. / Hirióme con una flecha enherbolada de amor, / y mi alma quedó hecha / una con su Creador; / yo ya no quiero otro amor, / pues a mi Dios me he entregado, / y mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado”.
Por tanto, la oración, además de un camino de amistad con Dios, es un camino de interiorización, purificación y transformación de vida, que nos lleva a un estado de serenidad, de paz; y así Teresa sintetiza esta conclusión en su célebre poema: “Nada te turbe, / nada te espante, / toda se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta: / solo Dios basta”. 


Mª Isabel San José Rodríguez

sábado, 17 de septiembre de 2022

HILDEGARDA DE BINGEN, DOCTORA DE LA IGLESIA

Hildegarda (1098, Bermersheim (Alemania) – 1179, Bingen (Alemania))

nace en una familia de nobles y ricos terratenientes. Con tres años, comienza a

tener las visiones de la “LUZ VIVA”, que marcarán toda su existencia. A la edad

de ocho años es aceptada como oblata en la clausura femenina de la Abadía

benedictina de Disibodo, donde es educada por Jutta von Spanheim. A la muerte

de ésta, acaecida en 1136, Hildegarda es llamada a sucederla como “maestra”.

En torno a 1140 se intensifican sus experiencias místicas y visiones, ricas

en contenido teológico, en las que el lenguaje es principalmente poético y

simbólico. Las describe e interpreta con ayuda de su querido colaborador, el

monje benedictino Wolmar, especialmente en su obra maestra, SCIVIAS, “CONOCE

LOS CAMINOS”, inspirado vademécum en el que nos invita a seguir el camino de

Dios, que es el camino de la verdad, la bondad, la justicia y la paz. Resume en

treinta y cinco visiones los acontecimientos de la Historia de la Salvación, desde

la creación del mundo hasta el fin de los tiempos.

Destaco estas bellas palabras en las que la santa pone de manifiesto su

aprecio por Wolmar: “me he confiado a un monje, mi maestro, que se ha

distinguido por la buena conducta en el interior del monasterio, y por la

búsqueda plena de celo, lejos de hacer preguntas curiosas como están tentados

de hacer muchos hombres. Por eso escuchó de buen grado estas apariciones

maravillosas, se llenó de estupor y me pidió que las transcribiera en secreto, de

modo que pudiera saber de qué naturaleza eran y de dónde procedían. Y cuando

reconoció que venían de Dios, se las entregó al abad Kuno y desde aquel

momento colaboró muy asiduamente a mi lado”.



A pesar de tener plena confianza en el monje benedictino, las dudas sobre

el origen y el valor de las experiencias y visiones preocupan profundamente a

Hildegarda, por este motivo, se dirige a San Bernardo de Claraval en busca de

consejo: “la visión impregna todo mi ser; no veo con los ojos del cuerpo, sino

que se me aparece en el espíritu de los misterios… Conozco el significado

profundo de lo que está expuesto en el Salterio, en los evangelios y en otros

libros que se me muestran en la visión. Esta arde como una llama en mi pecho y

en mi alma, y me enseña a comprender profundamente el texto”. De él recibe

plena aprobación, tanto es así que el santo cisterciense y las autoridades de la

Iglesia de Maguncia, bajo cuya jurisdicción se encuentra el monasterio de

Hildegarda, deciden aconsejar al papa Eugenio III que “no dejara oculta en el

silencio aquella lámpara tan insigne”.

En la base de sus numerosas obras se encuentran las enseñanzas de los

Apóstoles, el conocimiento de la literatura de los Padres de la Iglesia y los

escritos de autores de su tiempo. En ellas, la santa muestra con claridad LAS

RELACIONES entre la teología, la antropología y la cosmología; los elementos

naturales y la ciencia médica; y el vínculo de amor que une al hombre con Dios,

su Creador y Salvador. Durante toda su vida Hildegarda utiliza la Creación para


hacer comparaciones con la organización del universo espiritual, así nos dice:

“como el mes de mayo llena de alegría el corazón humano, así el hombre debe

reconocer con sus ojos, de un modo totalmente natural, el uso adecuado de las

cosas de la naturaleza, de forma que aprenda a distinguir con su propia madurez

lo que entre todas es digno de ser visto, para poder decidirse después por eso

con toda la fuerza de la propia razón”.

En los mismos años en los que se dedica a escribir el Scivias (1141–1151),

da inicio su amplia PRODUCCIÓN MUSICAL. “La música, dice Hildegarda,

despierta en el hombre la nostalgia del Paraíso”. Hay que recordar que la

música y el canto eran y siguen siendo elementos centrales en la liturgia

benedictina.

Mantiene un intenso intercambio epistolar con numerosos destinatarios de

toda Europa. Se conservan cartas dirigidas a humildes laicos, abades, obispos,

nobles. Entre los nombres ilustres destacan los pontífices Eugenio III, Anastasio

IV y Adriano IV, y el emperador Federico Barbarroja.

Tanto en la Abadía de Disibodo, como posteriormente en los dos

monasterios que FUNDA, cuida la vida espiritual y material de la comunidad.

Distribuye con moderación los tiempos de ayuno, silencio y oración, alternando

con tiempo de trabajo, descanso y sana distensión, como marca la regla de San

Benito.

Extramuros, promueve una reforma de la Iglesia, especialmente la mejora

de la disciplina del clero. Ejerce un FECUNDO APOSTOLADO, que le lleva a

realizar cuatro grandes viajes entre 1158 y 1171. Predica en plazas públicas y

catedrales.

La actualidad de su obra ha sido puesta en evidencia en los últimos

decenios. De ella se ha dicho que puede ser vista como una estrella que difunde

una luz tan espléndida, que justifica la gran veneración que se le ha atribuido en

los siglos pasados y en nuestro tiempo. En 2009, Margarethe von Trotta dirige

“Visión. La historia de Hildegard von Bingen”, interesante y bella película, en la

que se muestra con bastante fidelidad la fructífera vida de la santa.


  • Mª Isabel San José Rodríguez

sábado, 20 de agosto de 2022

San Bernardo

 BERNARDO DE CLARAVAL


La Orden Cisterciense vio la luz en una época de profundos cambios políticos, sociales, intelectuales y artísticos, en la abadía francesa de Cîteaux, fundada en 1098 por los Santos Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding. La nueva orden surgió como respuesta a la relajación benedictina, a cuyas fuentes estos monjes quisieron retornar.




La expansión definitiva la dio unos años más tarde San Bernardo (Castillo de Fontaines-les-Dijon, 1090 – Abadía de Claraval, 1153) que ingresó en ella en 1112. Hombre de extraordinario carisma y con una gran habilidad de persuasión, de ahí el sobrenombre de “el Cazador de almas”. Con un agudo sentido de la observación, una imaginación vivaz y una capacidad excepcional de sentir y de emocionarse, Bernardo es un poeta. De sus escritos cabe señalar no solo la importancia del conjunto de ideas expresadas, sino también el clima poético creado. Destacan las Cartas, los Tratados Doctrinales y ante todo los Sermones, de gran valor espiritual. Su obra magna es una serie de 86 Sermones sobre el Cantar de los Cantares, que comenzó en 1135 y que continuó durante quince años, dejándola incompleta.        

Recorrió Europa y participó en los principales conflictos doctrinales de su época. Contribuyó a la reforma del clero. Invitó a los obispos a practicar una mayor pobreza y un mayor cuidado de los pobres. 

Con todo ello, puso las bases de una de las órdenes más importantes de la cristiandad durante la Edad Media, que perdura en nuestros días con toda la fuerza de su original espiritualidad. 

Bernardo es un hombre de Biblia. Posee un conocimiento amplio, profundo y preciso del texto sagrado. Gran parte de sus páginas son un mosaico de citas bíblicas, hábilmente escogidas, dispuestas y trenzadas, cuya luz ilumina todo. Para él, la Escritura está más orientada a la oración que al estudio. Es su alimento, el espacio vital en el que respira y donde encuentra a Dios. Los grandes maestros del monacato piden al monje que se enfrasque y empape de ella, y así lo entiende Bernardo: “Cuando la voz divina comienza a resonar en los oídos del alma, la turba, la aterra y la juzga. Pero inmediatamente, si no cierras el oído, la llena de vida, la ablanda, la calienta, ilumina y purifica. Y finalmente, se convierte en nuestro alimento, arma defensiva y medicina, en nuestra fortaleza y descanso, en nuestra resurrección y plenitud total”. 

Teólogo y místico, aportó al hombre de su época la devoción a Cristo Hombre. “Sólo Jesús es miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón”. Su Humanidad se hace así más accesible y, de esta forma, se puede convertir en modelo de virtudes a imitar, y camino para encontrarse con el Dios Amor: “De todas las emociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que Él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado. Si Él ama, es para que nosotros lo amemos a Él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí”. 

San Bernardo nos recuerda que, sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y la contemplación, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual: “Debería proseguir la búsqueda de Dios, al que no se busca suficientemente, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión”. 

Uno de los aspectos centrales de su rica doctrina se refiere a su amor y devoción a la Virgen María, a la que considera la criatura más bella de la Creación. Ve en ella el modelo de todo cristiano y la intercesora de todas las gracias. Bernardo no tienes dudas: “Per Mariam ad Iesum”, a través de María somos llevados a Jesús. “Tú, quienquiera que seas, y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo en tierra firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella, si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María”. 

El mensaje de este enamorado de Cristo y de su Iglesia es válido para nuestros días y para los hombres más distintos, es un mensaje atemporal y universal porque es un hombre de Dios. Un hombre, con las experiencias de cualquier hombre, a veces las de la miseria interior. Un hombre entregado a Dios y poseído por Él, del que recibe luces y energías que son idénticas en todos los siglos. Así el filósofo francés Maurice Blondel (1861-1949) hace la siguiente reflexión: “La lectura de San Bernardo y el contacto con el Nuevo Testamento, sobre todo con San Pablo, me han ayudado a sentirme extraño en nuestro mundo intelectual; y cuanto más intentaba ser de mi tiempo, más me rodeaba de una atmósfera que no tiene fechas, una filosofía de aire libre y pleno humanismo, que pueda respirarse en el siglo XXV igual que lo fue en el II o en el XII”. 



Mª Isabel San José Rodríguez



viernes, 1 de julio de 2022

EL SILENCIO

EL SILENCIO


A través de la colaboración periódica en este blog intentaré, por un lado,

transmitir lo importante que ha sido para mí la amistad que he mantenido con las

Madres Cistercienses del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de

Valladolid durante veinticinco años, afecto que espero continúe largo tiempo; y

por otro, ofrecer mi particular punto de vista sobre distintos aspectos de la Orden

Cisterciense, siempre desde el más absoluto respeto y desde la humildad.

Han sido muchos los buenos momentos vividos en su compañía, en un

ambiente de paz, humanidad y diálogo. Con ellas me he sentido considerada,

querida, escuchada y comprendida.

En numerosas ocasiones he recordado las palabras que Doña Guiomar de

Ulloa, gran amiga de Teresa de Jesús, le dirigió a la santa: “Cuando hablamos,

siempre me gustaría que nunca acabara la conversación”. Este sentimiento

puede que tenga que ver, al menos en parte, con la profunda reflexión de Dom

Mariano Crespo Domingo, abad durante más de veinte años del Monasterio

Cisterciense de La Oliva, Carcastillo (Navarra): “Las hermosas piedras, nuevas

o viejas, de un monasterio no son el refugio donde se esconden unos hombres o

mujeres al margen de lo que pasa en el mundo, sino el caparazón que protege

esa libertad total y profunda que poseen para ser testigos, ahora y siempre, de lo

infinito”.

Y que mejor forma de comenzar esta andadura que hablando de uno de los

principales valores monásticos: el Silencio.

En las últimas décadas se ha escrito mucho sobre la trágica pérdida del

silencio. La vida humana necesita una base de silencio que dé significado a las

palabras. El fluir incesante de sonidos, imágenes y palabras que atacan

constantemente nuestros sentidos, debe ser considerado un serio problema, ya

que no sólo desgasta el equilibrio nervioso del hombre, constituye además una

amenaza para su salud espiritual; de ahí la importancia de redescubrir el silencio

religioso. Y no se me ocurre mejor forma que a través de los monasterios y

conventos y de los sabios testimonios de sus moradores.

Así el Padre Enrique Trigueros, abad de la Abadía Cisterciense de Sta. Mª

la Real de Oseira – Oseira (Orense) nos dice:

“El silencio es absolutamente necesario en el progreso de la vida

espiritual. Es una virtud, que a medida que se va adquiriendo, nos va abriendo el

camino de otras virtudes, como la caridad fraterna, el amor a la oración, y en

definitiva la vida interior que tanta falta nos hace en estos días de ruido y

estrés”.

“El silencio es como un puente colgante entre Dios y el alma. El alma,

enamorada de Dios, tiende hacia Dios a través de este puente”.

“El verdadero silencio no es un vacío. Es el huerto cerrado, el lugar único

para que el alma se encuentre con Dios. Es el comienzo de un idilio divino”.


“El silencio se hace oración cuando somos capaces de entrar en la

profundidad de nuestro corazón, cuando hemos sabido escuchar la llamada

interior que el Señor nos hace”.

“Un silencio así, sencillo, impregnado de oración, no es prerrogativa

exclusiva de los monasterios o de los monjes. Debería ser patrimonio de todo

cristiano. Debería pertenecer a todos aquellos cuya alma está comprometida en

la búsqueda de la Verdad, en la búsqueda de Dios. Pues donde sólo hay ruido,

ruido interior y confusión, no está Dios”.

En la misma línea, Sor Almudena, monja del Monasterio Benedictino de

San Pelayo de Antealtares – Santiago de Compostela sostiene que:

“El silencio es la capacidad de estar aquietado; de descubrir ese lugar

profundo que hay dentro de cada persona para escuchar a Dios”.

“Todos tenemos un núcleo en el que nadie, absolutamente nadie, puede

entrar, por más que lo deseemos. El silencio es el que posibilita entrar ahí, y

descubrir que está habitado por una Presencia con mayúsculas”.

Finalmente recordemos las palabras de Isaac de Nínive:

“Si amas la Verdad, sé amante del silencio. El silencio, como la luz del sol,

iluminará a Dios en ti, y te librará de los fantasmas de la ignorancia. El silencio

te unirá al mismo Dios”.

“Que Dios te conceda experimentar ese “algo” que nace del silencio. Con

sólo practicarlo, como consecuencia de tu esfuerzo, te inundará una luz

inenarrable. Y después de un breve tiempo, una dulzura nace en el corazón, y el

cuerpo se siente embebido, casi por la fuerza, para permanecer en silencio”.

Aun reconociendo la certeza y la belleza de estos textos, lo cierto es que a

la mayoría nos cuesta permanecer en este tipo de silencio. Sería un buen

comienzo para la práctica del mismo, hacer silencio interior en la escucha de la

Palabra de Dios en la liturgia. De esta forma, tendríamos que abandonar las

propias preocupaciones y la congestión de pensamientos habituales, para poder

abrir libremente el corazón al mensaje de Jesús, que nos habla en el texto

sagrado.

“Un profundo silencio lo envolvía todo, y en el preciso momento de la

medianoche, tu Palabra omnipotente, Señor, de los Cielos, de tu trono real, cual

invencible guerrero, se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina”.

(Sabiduría, 18, 14-15)


Mª Isabel San José Rodríguez