sábado, 29 de abril de 2023

SANTA CATALINA DE SIENA,


 SANTA CATALINA DE SIENA. DOCTORA DE LA IGLESIA


Santa Catalina de Siena (1347 – Siena, 1380 – Roma) forma parte de una numerosa familia. A los seis años tiene una fuerte experiencia de Dios que la marca para siempre. En 1363 ingresa en una asociación laica, La Orden Penitente de Santo Domingo fraternidad dedicada a la oración y a la penitencia.

Mujer sencilla, con escasa formación intelectual, se nutre de las fuentes de la liturgia y de la predicación de los dominicos. Adquiere un profundo conocimiento de Dios a través de la contemplación y el diálogo con Él. Afirma que este proceso va unido al conocimiento de uno mismo. 

Experimenta intensamente la MISERICORDIA DE DIOS, amoroso sin límites,así lo expresa de esta forma tan bella: “Tú, Trinidad Eterna, eres mar profundo, en el que cuanto más penetro, más descubro, y cuanto más descubro, más te busco… Eres fuego que quita toda frialdad. Tú alumbras. Con tu luz me has hecho conocer la verdad”. Acercar la misericordia del Señor a los hombres y mujeres se convierte en una de sus principales misiones.

Llega un momento en que Catalina es urgida por Dios a salir de ese habitáculo contemplativo, en el que ella se siente muy a gusto, para dedicarse a los demás. De esta forma se demuestra que la intensa vida de oración no es incompatible con la atención a los más pobres y a los enfermos o con la realización de cualquier otra actividad solidaria. El Señor le dice estas hondas palabras: “No tengo la intención de apartarte de Mí, sino de asegurarme unirte a Mí más fuertemente mediante el lazo de tu amor al prójimo. Recuerda que os he dejado dos mandamientos de amor, amarme a Mí y amar al prójimo. Quiero que ahora cumplas estos dos mandamientos… CON DOS PIES TIENES QUE CAMINAR POR MI SENDERO”. Catalina responde: “Tú estás enamorado de esta alma, y el alma lo está de Ti, mas Tú la amas gratuitamente, puesto que la amaste antes de que fuese, y ella te ama por deber de justicia… Y he visto que este amor desinteresado que no puedo tener contigo, debo tenerlo con el prójimo, amándolo por gracia y por deuda al mismo tiempo”.

Sedienta de PAZ, se entrega con pasión al trabajo por la paz entre las familias, las ciudades, los señores feudales, y de una forma muy especial en la Iglesia, por la que siente un amor apasionado, y por la que no pierde la esperanza de que llegue a transformarse en la Iglesia que Dios quiere. “¿Ha estado alguna vez la Iglesia en una necesidad más terrible que la actual? Pues quienes deberían ayudarla, la han atacado, y la oscuridad ha sido esparcida por aquellos cuya tarea es la de alumbrar”. Después de leer estas líneas, nos preguntamos cómo una mujer del siglo XIV se atreve a decir esto, de dónde le viene la autoridad.

No desarrolla su misión sola, en muchos momentos está apoyada por una comunidad. Reconocida como MAESTRA ESPIRITUAL, sus discípulos se reúnen para escuchar sus consejos y admirar las lecciones de su vida.
Su escrito por excelencia es EL DIÁLOGO. Lo dicta en plena experiencia espiritual en 1378. Se presenta como un conjunto de súplicas que brotan de su corazón, y que va recibiendo respuestas del Padre. Es una conversación vivida y después contada. Esta obra será la gran fuente de espiritualidad cristiana, formadora de los grandes maestros de los tiempos modernos. Catalina introduce el concepto de celda interior, como lugar que encuentra en lo más hondo de su ser, en el que permanece en un silencio que le permite el diálogo constante con Dios, sin huir de la realidad. Como sucede con los grandes santos, especialmente con los santos doctores, Santa Catalina se vuelve cada vez más ACTUAL. Los nuevos problemas, las vacilaciones que provienen de los avances técnicos y científicos nos llevan a descubrir nuevos mensajes escondidos o implícitos en argumentos, a veces muy marcados por la mentalidad y la problemática de épocas pasadas. Respetando la justa separación de lo civil y lo religioso, los laicos cristianos estamos llamados a participar activamente en el desarrollo histórico de la sociedad, sin renunciar a nuestra condición de creyentes.


                 Mª Isabel San José Rodríguez