viernes, 1 de julio de 2022

EL SILENCIO

EL SILENCIO


A través de la colaboración periódica en este blog intentaré, por un lado,

transmitir lo importante que ha sido para mí la amistad que he mantenido con las

Madres Cistercienses del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de

Valladolid durante veinticinco años, afecto que espero continúe largo tiempo; y

por otro, ofrecer mi particular punto de vista sobre distintos aspectos de la Orden

Cisterciense, siempre desde el más absoluto respeto y desde la humildad.

Han sido muchos los buenos momentos vividos en su compañía, en un

ambiente de paz, humanidad y diálogo. Con ellas me he sentido considerada,

querida, escuchada y comprendida.

En numerosas ocasiones he recordado las palabras que Doña Guiomar de

Ulloa, gran amiga de Teresa de Jesús, le dirigió a la santa: “Cuando hablamos,

siempre me gustaría que nunca acabara la conversación”. Este sentimiento

puede que tenga que ver, al menos en parte, con la profunda reflexión de Dom

Mariano Crespo Domingo, abad durante más de veinte años del Monasterio

Cisterciense de La Oliva, Carcastillo (Navarra): “Las hermosas piedras, nuevas

o viejas, de un monasterio no son el refugio donde se esconden unos hombres o

mujeres al margen de lo que pasa en el mundo, sino el caparazón que protege

esa libertad total y profunda que poseen para ser testigos, ahora y siempre, de lo

infinito”.

Y que mejor forma de comenzar esta andadura que hablando de uno de los

principales valores monásticos: el Silencio.

En las últimas décadas se ha escrito mucho sobre la trágica pérdida del

silencio. La vida humana necesita una base de silencio que dé significado a las

palabras. El fluir incesante de sonidos, imágenes y palabras que atacan

constantemente nuestros sentidos, debe ser considerado un serio problema, ya

que no sólo desgasta el equilibrio nervioso del hombre, constituye además una

amenaza para su salud espiritual; de ahí la importancia de redescubrir el silencio

religioso. Y no se me ocurre mejor forma que a través de los monasterios y

conventos y de los sabios testimonios de sus moradores.

Así el Padre Enrique Trigueros, abad de la Abadía Cisterciense de Sta. Mª

la Real de Oseira – Oseira (Orense) nos dice:

“El silencio es absolutamente necesario en el progreso de la vida

espiritual. Es una virtud, que a medida que se va adquiriendo, nos va abriendo el

camino de otras virtudes, como la caridad fraterna, el amor a la oración, y en

definitiva la vida interior que tanta falta nos hace en estos días de ruido y

estrés”.

“El silencio es como un puente colgante entre Dios y el alma. El alma,

enamorada de Dios, tiende hacia Dios a través de este puente”.

“El verdadero silencio no es un vacío. Es el huerto cerrado, el lugar único

para que el alma se encuentre con Dios. Es el comienzo de un idilio divino”.


“El silencio se hace oración cuando somos capaces de entrar en la

profundidad de nuestro corazón, cuando hemos sabido escuchar la llamada

interior que el Señor nos hace”.

“Un silencio así, sencillo, impregnado de oración, no es prerrogativa

exclusiva de los monasterios o de los monjes. Debería ser patrimonio de todo

cristiano. Debería pertenecer a todos aquellos cuya alma está comprometida en

la búsqueda de la Verdad, en la búsqueda de Dios. Pues donde sólo hay ruido,

ruido interior y confusión, no está Dios”.

En la misma línea, Sor Almudena, monja del Monasterio Benedictino de

San Pelayo de Antealtares – Santiago de Compostela sostiene que:

“El silencio es la capacidad de estar aquietado; de descubrir ese lugar

profundo que hay dentro de cada persona para escuchar a Dios”.

“Todos tenemos un núcleo en el que nadie, absolutamente nadie, puede

entrar, por más que lo deseemos. El silencio es el que posibilita entrar ahí, y

descubrir que está habitado por una Presencia con mayúsculas”.

Finalmente recordemos las palabras de Isaac de Nínive:

“Si amas la Verdad, sé amante del silencio. El silencio, como la luz del sol,

iluminará a Dios en ti, y te librará de los fantasmas de la ignorancia. El silencio

te unirá al mismo Dios”.

“Que Dios te conceda experimentar ese “algo” que nace del silencio. Con

sólo practicarlo, como consecuencia de tu esfuerzo, te inundará una luz

inenarrable. Y después de un breve tiempo, una dulzura nace en el corazón, y el

cuerpo se siente embebido, casi por la fuerza, para permanecer en silencio”.

Aun reconociendo la certeza y la belleza de estos textos, lo cierto es que a

la mayoría nos cuesta permanecer en este tipo de silencio. Sería un buen

comienzo para la práctica del mismo, hacer silencio interior en la escucha de la

Palabra de Dios en la liturgia. De esta forma, tendríamos que abandonar las

propias preocupaciones y la congestión de pensamientos habituales, para poder

abrir libremente el corazón al mensaje de Jesús, que nos habla en el texto

sagrado.

“Un profundo silencio lo envolvía todo, y en el preciso momento de la

medianoche, tu Palabra omnipotente, Señor, de los Cielos, de tu trono real, cual

invencible guerrero, se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina”.

(Sabiduría, 18, 14-15)


Mª Isabel San José Rodríguez