sábado, 17 de septiembre de 2022

HILDEGARDA DE BINGEN, DOCTORA DE LA IGLESIA

Hildegarda (1098, Bermersheim (Alemania) – 1179, Bingen (Alemania))

nace en una familia de nobles y ricos terratenientes. Con tres años, comienza a

tener las visiones de la “LUZ VIVA”, que marcarán toda su existencia. A la edad

de ocho años es aceptada como oblata en la clausura femenina de la Abadía

benedictina de Disibodo, donde es educada por Jutta von Spanheim. A la muerte

de ésta, acaecida en 1136, Hildegarda es llamada a sucederla como “maestra”.

En torno a 1140 se intensifican sus experiencias místicas y visiones, ricas

en contenido teológico, en las que el lenguaje es principalmente poético y

simbólico. Las describe e interpreta con ayuda de su querido colaborador, el

monje benedictino Wolmar, especialmente en su obra maestra, SCIVIAS, “CONOCE

LOS CAMINOS”, inspirado vademécum en el que nos invita a seguir el camino de

Dios, que es el camino de la verdad, la bondad, la justicia y la paz. Resume en

treinta y cinco visiones los acontecimientos de la Historia de la Salvación, desde

la creación del mundo hasta el fin de los tiempos.

Destaco estas bellas palabras en las que la santa pone de manifiesto su

aprecio por Wolmar: “me he confiado a un monje, mi maestro, que se ha

distinguido por la buena conducta en el interior del monasterio, y por la

búsqueda plena de celo, lejos de hacer preguntas curiosas como están tentados

de hacer muchos hombres. Por eso escuchó de buen grado estas apariciones

maravillosas, se llenó de estupor y me pidió que las transcribiera en secreto, de

modo que pudiera saber de qué naturaleza eran y de dónde procedían. Y cuando

reconoció que venían de Dios, se las entregó al abad Kuno y desde aquel

momento colaboró muy asiduamente a mi lado”.



A pesar de tener plena confianza en el monje benedictino, las dudas sobre

el origen y el valor de las experiencias y visiones preocupan profundamente a

Hildegarda, por este motivo, se dirige a San Bernardo de Claraval en busca de

consejo: “la visión impregna todo mi ser; no veo con los ojos del cuerpo, sino

que se me aparece en el espíritu de los misterios… Conozco el significado

profundo de lo que está expuesto en el Salterio, en los evangelios y en otros

libros que se me muestran en la visión. Esta arde como una llama en mi pecho y

en mi alma, y me enseña a comprender profundamente el texto”. De él recibe

plena aprobación, tanto es así que el santo cisterciense y las autoridades de la

Iglesia de Maguncia, bajo cuya jurisdicción se encuentra el monasterio de

Hildegarda, deciden aconsejar al papa Eugenio III que “no dejara oculta en el

silencio aquella lámpara tan insigne”.

En la base de sus numerosas obras se encuentran las enseñanzas de los

Apóstoles, el conocimiento de la literatura de los Padres de la Iglesia y los

escritos de autores de su tiempo. En ellas, la santa muestra con claridad LAS

RELACIONES entre la teología, la antropología y la cosmología; los elementos

naturales y la ciencia médica; y el vínculo de amor que une al hombre con Dios,

su Creador y Salvador. Durante toda su vida Hildegarda utiliza la Creación para


hacer comparaciones con la organización del universo espiritual, así nos dice:

“como el mes de mayo llena de alegría el corazón humano, así el hombre debe

reconocer con sus ojos, de un modo totalmente natural, el uso adecuado de las

cosas de la naturaleza, de forma que aprenda a distinguir con su propia madurez

lo que entre todas es digno de ser visto, para poder decidirse después por eso

con toda la fuerza de la propia razón”.

En los mismos años en los que se dedica a escribir el Scivias (1141–1151),

da inicio su amplia PRODUCCIÓN MUSICAL. “La música, dice Hildegarda,

despierta en el hombre la nostalgia del Paraíso”. Hay que recordar que la

música y el canto eran y siguen siendo elementos centrales en la liturgia

benedictina.

Mantiene un intenso intercambio epistolar con numerosos destinatarios de

toda Europa. Se conservan cartas dirigidas a humildes laicos, abades, obispos,

nobles. Entre los nombres ilustres destacan los pontífices Eugenio III, Anastasio

IV y Adriano IV, y el emperador Federico Barbarroja.

Tanto en la Abadía de Disibodo, como posteriormente en los dos

monasterios que FUNDA, cuida la vida espiritual y material de la comunidad.

Distribuye con moderación los tiempos de ayuno, silencio y oración, alternando

con tiempo de trabajo, descanso y sana distensión, como marca la regla de San

Benito.

Extramuros, promueve una reforma de la Iglesia, especialmente la mejora

de la disciplina del clero. Ejerce un FECUNDO APOSTOLADO, que le lleva a

realizar cuatro grandes viajes entre 1158 y 1171. Predica en plazas públicas y

catedrales.

La actualidad de su obra ha sido puesta en evidencia en los últimos

decenios. De ella se ha dicho que puede ser vista como una estrella que difunde

una luz tan espléndida, que justifica la gran veneración que se le ha atribuido en

los siglos pasados y en nuestro tiempo. En 2009, Margarethe von Trotta dirige

“Visión. La historia de Hildegard von Bingen”, interesante y bella película, en la

que se muestra con bastante fidelidad la fructífera vida de la santa.


  • Mª Isabel San José Rodríguez