martes, 1 de octubre de 2024

Santa Teresita del Niño Jesús

 




SANTA TERESITA DE LISIEUX: «¡MI VOCACIÓN ES EL AMOR!»

Santa Teresita de Lisieux (1873 – 1897), Doctora de la Iglesia y Patrona de las Misiones, es una de las carmelitas descalzas más destacadas en la Historia de la Iglesia. Con tan solo quince años ingresa en el Carmelo Descalzo de Lisieux (Francia). Durante sus nueve años de vida religiosa se consagra a la perfección en la oración y el amor, ofreciendo su vida por la Iglesia, las misiones y la evangelización del mundo. 

Teresa define la oración como: «un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un reconocimiento de amor en medio de la prueba, así como también en medio de la alegría». Desde niña lo tuvo muy claro: «prefería ir a sentarme sola sobre la hierba florida; entonces mis pensamientos eran muy profundos y, sin saber lo que era meditar, mi alma se sumergía en una real oración». El alimento de la oración lo encuentra directamente en el texto del Evangelio: «en él encuentro todo lo que necesita mi pequeña pobre alma. Ahí es donde descubro siempre nuevas luces, sentidos ocultos y misteriosos».

Da testimonio de una vida totalmente consagrada a escuchar la Palabra, a acogerla y a dejar que dé fruto. De esta forma, cuando la Palabra ha madurado en su corazón silencioso, puede entregarla a los demás, cargada con toda su experiencia del Espíritu.

A pesar del convencimiento sobre su vocación, en ocasiones se siente desgarrada debido a una serie de deseos contradictorios, la estrechez del claustro le parece un impedimento para la inmensidad de sus deseos. Pero reacciona con fuerza, llegando al momento más elevado de su vida y de su mensaje, en el que descubre su vocación en la Iglesia. Lo encontramos descrito en el Manuscrito B de Historia de un alma, su autobiografía, obra fundamental en la Historia de la Espiritualidad. «Mis deseos me hacen sufrir un verdadero martirio durante la oración. Abro las cartas de San Pablo buscando una respuesta. Los capítulos 12 y 13 de la primera Carta a los Corintios se abren ante mis ojos… Leo, en el primero, que todos no pueden ser apóstoles, profetas, doctores…, que la Iglesia se compone de diferentes miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano… La respuesta era clara, pero no colmaba mis deseos y no me daba la paz (…) Pensando en el cuerpo místico de la Iglesia, no me reconocí en ninguno de los miembros descritos por San Pablo, o, mejor dicho, quería reconocerme en todos… La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros; el más necesario, el más noble de todos no podía faltarle, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor hace obrar a los miembros de la Iglesia, que si el amor se apagase, los apóstoles no predicarían el Evangelio, los mártires rehusarían a derramar su sangre… ¡Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares… en una palabra, que es eterno…  Entonces, en un exceso de alegría delirante, me dije: ¡Oh, Jesús, Amor mío… he encontrado por fin mi vocación, mi vocación es el amor! ¡Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y este puesto me lo habéis dado Vos… en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor… así lo seré todo… así se realizará mi sueño!». 

La originalidad de su doctrina reside en el hecho de proponer un sencillo camino, que se sitúa al alcance de todos en cualquier circunstancia de la vida, despojado de toda complicación y elemento extraordinario, que se caracteriza por la confianza filial y un inmenso amor a Dios. 



Mª Isabel San José Rodríguez


 



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