SAN FRANCISCO DE ASÍS
Francisco de Asís (1182 – 1226) es hijo de un rico comerciante de tejidos. En 1202 participa en la contienda entre las ciudades de Asís y Perugia. Es hecho prisionero. Después de un tiempo de cautiverio regresa enfermo a Asís. Tras una larga convalecencia y muchas horas de profunda reflexión, las inquietudes de Francisco cambian radicalmente. Comienza a practicar la humildad, la fraternidad, la compasión y la entrega. Se acerca a los enfermos y marginados. Busca la soledad y el silencio. Se preocupa de restaurar y cuidar pequeñas iglesias como la de San Damián y la Porciúncula.
Este santo de la Edad Media tiene mucho que decirnos. Nadie mejor que el Pobre de Asís para enseñarnos el significado de la pura simplicidad. En la literalidad del Evangelio aprende la sencillez y la verdadera sabiduría, que, por muy espontánea que nos parezca, no ha escapado a la ley común, es decir, ha sido fruto de la experiencia y de la prueba, de la maduración lenta en el recogimiento y el despojamiento.
Un año antes de morir, en medio de grandes sufrimientos físicos, brota de lo más profundo de su alma este bellísimo poema lleno de esperanza. Así lo define el papa Benedicto XVI: «En el Cántico de las criaturas los ojos descansan en el esplendor de la creación: desde el hermano sol hasta la hermana luna, desde la hermana agua hasta el hermano fuego. Su mirada interior se hizo tan pura y penetrante, que descubrió la belleza del Creador en la hermosura de las criaturas. Antes de ser una altísima página de poesía y una invitación implícita a respetar la creación, es una oración, una alabanza dirigida al Señor, al Creador de todo».
Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor, / tuyas son la alabanza, la gloria y el honor; / tan sólo tú eres digno de toda bendición, / y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor, / y en especial loado por el hermano sol, / que alumbra y abre el día, / y es bello en su esplendor, / y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor, / y las estrellas claras, que tu poder creó, / tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, / y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor, / que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor! / Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol, / y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión / las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor / los males corporales y la tribulación: ¡felices los que sufren en paz con el dolor, / porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor! / Ningún viviente escapa de su persecución; / ¡ay, si en pecado grave sorprende al pecador! / ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios! / ¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón / Agradeced sus dones, cantad su creación. / Las criaturas, todas, load a mi Señor. Amén.
La lectura del gran clásico de la literatura espiritual, Sabiduría de un pobre del franciscano francés Éloi Leclerc, me ha acercado de una manera muy especial a Francisco de Asís, de tal forma que me he sentido muy identificada con algunos fragmentos: «Francisco había vuelto a sus oraciones solitarias. En los senderos, bajo los pinos, la luz viva de la primavera se atenuaba y se hacía extremadamente dulce. Le gustaba ir allí a recogerse y rezar. No decía nada o casi nada. Su oración no estaba hecha de fórmulas. Escuchaba, sobre todo. Se contentaba con estar y prestar atención». Leo y releo estas líneas y me emociona pensar que mis ideas y mis sentimientos pudieran aproximarse, aunque fuera mínimamente, a los de un santo tan bondadoso y lleno de luz.
María Isabel San José Rodríguez
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