viernes, 28 de febrero de 2025

SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD: «EL CIELO ES DIOS Y DIOS ESTÁ EN MI ALMA»

Recorrer los escritos de la carmelita francesa Isabel de la Trinidad (1880 – 1906) es como pasear por los jardines de la esposa del Cantar de los Cantares: «Un jergón, una silla, un atril sobre una tabla. Esto es todo el moblaje. Pero está lleno de Dios y paso allí muy buenas horas sola con el Esposo». A través de ellos transmite el gozo de vivir un anticipo del cielo. Lo dice muchas veces y de diferentes maneras pero posiblemente esta sea su formulación más lograda: «Llevamos el cielo dentro de nosotros, pues el mismo Dios, que sacia a los bienaventurados con la luz de la visión, se entrega a nosotros por la fe y el misterio. ¡Es el mismo Dios! Creo que he encontrado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior». Santa Isabel afirma que esta experiencia no es exclusiva de los religiosos, también está al alcance de los seglares: «En la montaña del Carmelo, sumergida en el silencio, en la soledad y en una oración que nunca acaba, pues se prolonga en todo lo que hace, la carmelita vive ya como en el cielo: “sólo de Dios”. El mismo Dios que un día será su felicidad y que la saciará en la gloria, se entrega ahora a ella. […] ¿No es esto el cielo en la tierra? Pues ese cielo, querida Germanita, tú lo llevas dentro de tu alma». 
En 1904 redacta su escrito más conocido, Elevación a la Santísima Trinidad, una profunda oración, síntesis de su vida espiritual, que podemos dividir en cinco párrafos. Comienza con una invocación al Dios trinitario. Isabel sabe que Dios Trinidad está en ella y que ella está en Dios, y le pide vivir anticipadamente el cielo, totalmente entregada a su amor: 
«¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para establecerme en Ti, inmóvil y serena, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, mi Dios inmutable, sino que cada momento me sumerja más adentro en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada más querida y el lugar de tu descanso. Que nunca te deje solo allí, sino que esté por entero contigo, bien alerta en mi fe, en total adoración y completamente entregada a tu Acción creadora».
Continúa hablando con Jesucristo, Verbo Encarnado: «¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor! ¡Quisiera ser una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte… hasta morir de amor! Pero conozco mi impotencia, y te pido que me revistas de Ti mismo, que identifiques mi alma con todos los sentimientos de tu alma, que me sumerjas en Ti, que me invadas, que ocupes mi lugar, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh, Verbo Eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser toda oídos a tu enseñanza para aprenderlo todo de Ti. Y luego, en medio de todas las noches, de todos los vacíos y de toda mi ineptitud, quiero vivir con los ojos clavados en Ti, sin apartarme nunca de tu inmensa luz. ¡Oh, mi Astro querido! Fascíname de tal manera que ya nunca pueda salir de tu irradiación». 
Seguidamente invoca al Espíritu Santo: «¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor! Desciende sobre mí, para que en mi alma se haga como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él como una prolongación de su humanidad sacratísima en la que renueve todo su Misterio».
En la cuarta parte, se dirige al Padre por Cristo en el Espíritu: «Y Tú, ¡oh, Padre!, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, y no veas en ella más que a tu Hijo predilecto, en quien has puesto todas tus complacencias».
Concluye como ha iniciado, dirigiéndose al Dios Trinidad: «¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como víctima. Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas».
Teniendo en cuenta su corta vida, podemos considerar que la obra de santa Isabel de la Trinidad es realmente extensa. Sus meditaciones parten siempre de una lectura profunda de la Escritura, principalmente de los Evangelios y de las Cartas de san Pablo pero, como no podía ser de otra manera, en su espiritualidad hay una notable influencia de los santos carmelitas, especialmente de san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y santa Teresita de Lisieux, lo cual no le resta frescura y originalidad. 




                      Mª Isabel San José Rodríguez





sábado, 1 de febrero de 2025

EL LIBRO DE LOS SALMOS


 


En la Iglesia, el Libro de los Salmos ha sido el libro de cabecera para rezar. También lo era para el pueblo judío y, por tanto, para Jesús; y este es el motivo fundamental por el que nosotros rezamos con ellos. Cristo los rezó no sólo en la sinagoga, sino en distintas circunstancias de la vida, incluso en el momento de la muerte: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22). 

Es el tercer libro más amplio de la Biblia, después del Génesis y del Libro de Jeremías. Está compuesto por 150 himnos. Son oraciones corales, esto significa que existe un diálogo a dos coros, uno habla y el otro escucha; esta estructura les da una armonía y un ritmo que facilita una liturgia bella y dinámica. Se escribieron para ser cantados; de esta forma, al incluir la música, el sentimiento brotaba con mayor intensidad que con la simple recitación. Son inagotables pozos de sabiduría, que se abren más y más a medida que se rezan una y otra vez. 

Como auténticos poemas, son fruto de experiencias personales de los distintos autores, hombres piadosos pertenecientes al pueblo de Israel. Podemos hacerlos nuestros, y orar con ellos para expresar situaciones y realidades existenciales que nos atañen, de ahí la actualidad de los mismos.

Como muestra, he elegido el hermoso y profundo salmo 102, atribuido al rey David, el rey cantor de Israel. En él se palpa el amor y la ternura de Dios. En la Liturgia de las Horas se le titula ‘Himno a la Misericordia de Dios’.


Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades;

Él rescata tu vida de la fosa, / y te colma de gracia y de ternura;

Él sacia de bienes tus días, / y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia / y defiende a todos los oprimidos;

enseñó sus caminos a Moisés / y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia.

No está siempre acusando / ni guarda rencor perpetuo;

no nos trata como merecen nuestros pecados / ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra, / se levanta su bondad sobre los que lo temen;

como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor ternura por los que lo temen;

porque Él conoce nuestra masa, / se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba, / florecen como flor del campo,

que el viento la roza, y ya no existe, / su terreno no volverá a verla.

Pero la misericordia del Señor / dura desde siempre y por siempre, / para aquellos que lo temen; / su justicia pasa de hijos a nietos;

para los que guardan la alianza / y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono, / su soberanía gobierna el universo.

Bendecid al Señor, ángeles suyos, / poderosos ejecutores de sus órdenes, / prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos, / servidores que cumplís sus deseos.

Bendecid al Señor, / todas sus obras, en todo lugar de su imperio / ¡Bendice, alma mía, al Señor!


Os invito a escuchar las reflexiones que, sobre la oración y este salmo en concreto, hace fray Ignacio Esparza, monje del Monasterio Benedictino de San Salvador de Leyre (Navarra) en ‘Encuentros en torno al claustro’, encuentros virtuales que nos enseñan la belleza de la Vida Contemplativa. 



Mª Isabel San José Rodríguez







sábado, 14 de diciembre de 2024

SAN JUAN DE LA CRUZ, POETA DEL AMOR

 

Como bien es sabido, una de las figuras más relevantes del Carmelo Descalzo es San Juan de la Cruz (1542-1591), el gran aliado de Teresa de Jesús en la reforma del Carmelo. La santa, prendada de “su” fray Juan, se deshace en alabanzas hacia él: «era tan bueno, que, al menos yo, podía mucho más depender de él, que él de mí». «…aunque es chico, entiendo es grande a los ojos de Dios… Tiene harta oración y buen entendimiento». De igual forma, su compañero fray Eliseo de los Mártires nos deja una de las mejores descripciones de su personalidad: «…su trato y conversación apacibles, muy espiritual y provechoso para los que le oían… Amigo de recogimiento y de hablar poco. Cuando reprendía como superior, que lo fue muchas veces, era con dulce severidad, exhortando con amor fraternal, y todo con admirable serenidad que calmaba y desarmaba».

Fray Juan no pretendía realizar obras de admiración sino de provecho espiritual. Reconocía la dificultad de sus escritos, más por el contenido que por la forma, pero insistía en la necesidad de repetir la lectura y de no interrumpirla pese a ello. Cierto es que captar la profundidad de sus escritos no es fácil, pero al menos es posible percibir la existencia de un mundo espiritual lleno de sugerencias y posibilidades. De ahí que lo más acertado sea comenzar con la lectura y meditación de los denominados “escritos breves”, redactados durante los primeros años de estancia en Andalucía para la dirección espiritual de sus hijos e hijas. Fueron páginas de ensayo y preparación para sus grandes obras. 

He aquí una bella muestra de Dichos de Luz y Amor, recogidos en los Avisos Espirituales. 

«Amas Tú, Señor, la discreción, amas la luz, amas el amor sobre las demás operaciones del alma… Quédese, pues, lejos la retórica del mundo… y hablemos palabras al corazón bañadas en dulzor y amor, de que Tú bien gustas».

«Más agrada a Dios una obra, por pequeña que sea, hecha en escondido, no teniendo voluntad de que se sepa, que mil hechas con gana de que las sepan los hombres».

«A la tarde te examinarán en el amor, aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición».

«Si quieres que en tu espíritu nazca la devoción y crezca el amor de Dios y apetito de las cosas divinas, limpia el alma de todo apetito y asimiento y pretensión».

«Toma a Dios por esposo y amigo con quien andes de continuo, y no pecarás, y sabrás amar».

«En la tribulación acude a Dios confiadamente, y serás alumbrado y enseñado».

«El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente».

«Mira que no reina Dios sino en el alma pacífica y desinteresada».

Juan de la Cruz: místico y teólogo, artista y pensador, humilde y doctoral, solitario y maestro de espíritus, austero y afable; rica personalidad que proviene de una profunda y armoniosa unidad de cualidades humanas y espirituales, que le lleva a perseguir la santidad como ideal único, supremo e irrenunciable. 



Mª Isabel San José Rodríguez






lunes, 25 de noviembre de 2024

Los nueve modos de orar de Santo Domingo de Guzmán

 




LOS NUEVE MODOS DE ORAR DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
Santo Domingo de Guzmán (Caleruega (Burgos), 1170 – Bolonia (Italia), 1221), fundador de la Orden de Predicadores, es uno de los grandes maestros de oración de la Historia del Cristianismo. Para él, la oración es un diálogo con Dios en el que participa toda la persona: el cuerpo y el alma. 
Quienes lo conocieron, compartieron su fuerte impresión al verlo rezar, hasta el punto de que un autor desconocido, posiblemente un dominico, escribió un pequeño libro, auténtico manual, para describir “los modos de orar de santo Domingo”. El manuscrito, embellecido con miniaturas, que se conserva en la Biblioteca Vaticana, sigue siendo una auténtica guía de oración.
& Primer modo. la inclinación: mantenía el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza y mirando humildemente a Cristo, le reverenciaba con todo su ser. Se inspiraba en estas palabras: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa» (Mt 8, 8).
& Segundo modo. la postración: postrado completamente, rostro en tierra, repetía en voz alta el siguiente versículo del Evangelio: «¡Oh, Dios, ten compasión de este pecador!» (Lc 18,13). 
& Tercer modo. la disciplina: se alzaba del suelo y se flagelaba diciendo: «Tu disciplina, me adiestró para el combate; / adiestró mis manos para la batalla, / y mis brazos para entesar el arco de bronce» (Sal 17, 35). 
& Cuarto modo. la genuflexión: con la mirada fija ante el crucifijo, doblaba las rodillas una y otra vez y repetía como el leproso del Evangelio: «Señor, si quieres, puedes curarme» (Mt 8, 2). 
& Quinto modo. de pie: mantenía el cuerpo derecho. A veces tenía las manos extendidas ante el pecho, a modo de libro abierto, como si leyera ante el Señor. 
& Sexto modo. en cruz: con las manos y los brazos abiertos y muy extendidos, a modo de cruz, decía: «¡Oh, Yahvé, Dios, mi Salvador! Grito de día / y gimo de noche ante ti. / Llegue mi oración a tu presencia, / inclina tu oído a mi clamor… Mis ojos languidecen por la aflicción; / te invoco, ¡oh, Yahvé!, todo el día, / y tiendo mis manos hacia ti» (Sal 87, 2-10).
& Séptimo modo. manos elevadas: oraba con las manos elevadas sobre su cabeza, unidas entre sí, o bien un poco separadas, como para recibir algo del cielo. 
& Octavo modo. orar con la Escritura o el beso: se sentaba tranquilamente en soledad, y hecha la señal de la cruz, leía algún libro que llenaba su mente de dulzura, como si escuchara al Señor. «Yo escucho lo que dice Dios, Yahvé, / que sus palabras son paz para su pueblo y para sus piadosos / y para cuantos se vuelven a Él de corazón» (Sal 84, 9). A lo largo de la lectura veneraba el libro, se inclinaba hacia él y lo besaba, en especial cuando leía el Evangelio. 
& Noveno modo. caminar: vivía este modo de orar cuando se trasladaba de una región a otra, especialmente cuando se encontraba en lugares solitarios.  
De santo Domingo se dice que siempre «hablaba con Dios o de Dios». De ahí que los dominicos sinteticen la predicación cristiana en tres palabras: «Contemplata aliis tradere», es decir, «contemplar y dar lo contemplado». La verdadera predicación, que puede llegar al corazón de los hombres, no se basa únicamente en bellas palabras, sino en la experiencia de Dios que tiene la persona que predica. 
 Ha pasado a la Historia como un hombre de luz. Con su inagotable fe, su profundo carisma, su riguroso ascetismo y su infinita humildad, infundió una nueva espiritualidad, que fructificó en la gran familia dominicana, digna heredera de su padre Domingo. 


Mª Isabel San José Rodríguez




lunes, 21 de octubre de 2024

2024: AÑO DE LA ORACIÓN, PREPARACIÓN AL JUBILEO 2025

 2024: AÑO DE LA ORACIÓN, PREPARACIÓN AL JUBILEO 2025

El pasado 9 de mayo, el papa Francisco convocaba el Año Santo de 2025, cuyo lema es “Peregrinos de Esperanza”. Para su preparación, ha querido que el año 2024 esté dedicado a la oración. Que esta sea la brújula que nos oriente, la luz que ilumine el camino y la fuerza que nos sostenga en la peregrinación que nos conducirá a cruzar la Puerta Santa. El 21 de enero en el Ángelus exhortaba a los fieles con estas palabras: «Les pido que intensifiquen la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios […] Un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo» no



Son muchas las enseñanzas que el Papa nos ha dejado sobre la oración. La define como «un diálogo íntimo con el Creador, en el que el fiel no sólo habla a Dios, sino que aprende también a escucharlo. La oración se convierte así en el puente entre el Cielo y la Tierra, un lugar de encuentro donde el corazón del hombre y el corazón de Dios se encuentran en un diálogo de amor incesante». Por otro lado nos recuerda que «la oración abre la puerta al Espíritu Santo, el cual nos inspira a seguir adelante; descubrimos cuánto somos amados por Dios, hallazgo que nos Abre la puerta A la esperanza. Además, a través de la oración, la Palabra de Dios viene a vivir en nosotros y nosotros en ella, inspirándonos buenos propósitos y dándonos fuerza, serenidad y paz».

Teniendo en cuenta que la oración es la expresión de una necesidad profunda y natural de todo ser humano, el papa Francisco nos motiva a encontrar momentos de oración en todas las circunstancias de la vida, ya sea en las alegrías o en los desafíos. De esta forma, dependiendo de nuestro estado, la plegaria podrá ser: 

Oración de alabanza. «Te alabamos, Señor, por tu infinita bondad. En el Jubileo que nos espera, abre nuestros ojos a la belleza de tu creación, para que nuestros corazones puedan gozar en la admiración por la grandeza de tus obras».

Oración de agradecimiento. «Te agradecemos, oh, Dios, por todos los bienes y dones recibidos. En este tiempo de preparación al Jubileo, enséñanos a reconocer tu mano en todo momento de nuestra vida, acogiendo cada día como un don de tu amor y de tu misericordia».

Oración de intercesión. «Oh Padre, en tu misericordia, escucha las súplicas de tus hijos. En el camino que nos lleva al Jubileo del 2025, renueva nuestra fe y acrecienta en nosotros la esperanza y la caridad, ayudándonos a ser testigos de tu amor en el mundo».

Oración de petición. «Señor, fuente de toda sabiduría, guíanos durante este Año dedicado a la Oración en el camino que nos llevará a celebrar el próximo Jubileo. Dónanos corazones abiertos y mentes iluminadas para comprender y vivir plenamente los dones de la misericordia y del perdón».

ORACIÓN DEL JUBILEO (escrita por el papa Francisco)

Padre que estás en el cielo, / la fe que nos has donado / en tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano, / y la llama de caridad / infundida en nuestros corazones / por el Espíritu Santo, / despierten en nosotros / la bienaventurada esperanza / en la venida de tu Reino.

Tu gracia nos transforme / en dedicados cultivadores de las semillas / del Evangelio / que fermenten la humanidad y el cosmos, / en espera confiada / de los cielos nuevos y de la tierra nueva, / cuando vencidas las fuerzas del mal, / se manifestará para siempre tu gloria.

La gracia del Jubileo / reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza, / el anhelo de los bienes celestiales / y derrame en el mundo entero / la alegría y la paz de nuestro Redentor. / A ti, Dios bendito eternamente, / sea la alabanza y la gloria por los siglos. / Amén.

Sumerjámonos, pues, con la oración, en un diálogo continuo con el Creador, descubriendo la alegría del silencio, la paz del abandono y la fuerza de la intercesión en la comunión de los santos. De esta manera, podremos llegar con el corazón preparado para acoger los dones de la gracia y del perdón que el Jubileo nos ofrece. 



Mª Isabel San José Rodríguez


viernes, 4 de octubre de 2024

San Francisco de Asis

 SAN FRANCISCO DE ASÍS

Francisco de Asís (1182 – 1226) es hijo de un rico comerciante de tejidos. En 1202 participa en la contienda entre las ciudades de Asís y Perugia. Es hecho prisionero. Después de un tiempo de cautiverio regresa enfermo a Asís. Tras una larga convalecencia y muchas horas de profunda reflexión, las inquietudes de Francisco cambian radicalmente. Comienza a practicar la humildad, la fraternidad, la compasión y la entrega. Se acerca a los enfermos y marginados. Busca la soledad y el silencio. Se preocupa de restaurar y cuidar pequeñas iglesias como la de San Damián y la Porciúncula. 

Este santo de la Edad Media tiene mucho que decirnos. Nadie mejor que el Pobre de Asís para enseñarnos el significado de la pura simplicidad. En la literalidad del Evangelio aprende la sencillez y la verdadera sabiduría, que, por muy espontánea que nos parezca, no ha escapado a la ley común, es decir, ha sido fruto de la experiencia y de la prueba, de la maduración lenta en el recogimiento y el despojamiento. 

Un año antes de morir, en medio de grandes sufrimientos físicos, brota de lo más profundo de su alma este bellísimo poema lleno de esperanza. Así lo define el papa Benedicto XVI: «En el Cántico de las criaturas los ojos descansan en el esplendor de la creación: desde el hermano sol hasta la hermana luna, desde la hermana agua hasta el hermano fuego. Su mirada interior se hizo tan pura y penetrante, que descubrió la belleza del Creador en la hermosura de las criaturas. Antes de ser una altísima página de poesía y una invitación implícita a respetar la creación, es una oración, una alabanza dirigida al Señor, al Creador de todo». 

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor, / tuyas son la alabanza, la gloria y el honor; / tan sólo tú eres digno de toda bendición, / y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor, / y en especial loado por el hermano sol, / que alumbra y abre el día, / y es bello en su esplendor, / y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor, / y las estrellas claras, que tu poder creó, / tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, / y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor, / que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor! / Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol, / y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana tierra, que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión / las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

Y por los que perdonan y aguantan por tu amor / los males corporales y la tribulación: ¡felices los que sufren en paz con el dolor, / porque les llega el tiempo de la consolación!

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor! / Ningún viviente escapa de su persecución; / ¡ay, si en pecado grave sorprende al pecador! / ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios! / ¡No probarán la muerte de la condenación!

Servidle con ternura y humilde corazón / Agradeced sus dones, cantad su creación. / Las criaturas, todas, load a mi Señor. Amén.

La lectura del gran clásico de la literatura espiritual, Sabiduría de un pobre del franciscano francés Éloi Leclerc, me ha acercado de una manera muy especial a Francisco de Asís, de tal forma que me he sentido muy identificada con algunos fragmentos: «Francisco había vuelto a sus oraciones solitarias. En los senderos, bajo los pinos, la luz viva de la primavera se atenuaba y se hacía extremadamente dulce. Le gustaba ir allí a recogerse y rezar. No decía nada o casi nada. Su oración no estaba hecha de fórmulas. Escuchaba, sobre todo. Se contentaba con estar y prestar atención». Leo y releo estas líneas y me emociona pensar que mis ideas y mis sentimientos pudieran aproximarse, aunque fuera mínimamente, a los de un santo tan bondadoso y lleno de luz.



María Isabel San José Rodríguez




martes, 1 de octubre de 2024

Santa Teresita del Niño Jesús

 




SANTA TERESITA DE LISIEUX: «¡MI VOCACIÓN ES EL AMOR!»

Santa Teresita de Lisieux (1873 – 1897), Doctora de la Iglesia y Patrona de las Misiones, es una de las carmelitas descalzas más destacadas en la Historia de la Iglesia. Con tan solo quince años ingresa en el Carmelo Descalzo de Lisieux (Francia). Durante sus nueve años de vida religiosa se consagra a la perfección en la oración y el amor, ofreciendo su vida por la Iglesia, las misiones y la evangelización del mundo. 

Teresa define la oración como: «un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un reconocimiento de amor en medio de la prueba, así como también en medio de la alegría». Desde niña lo tuvo muy claro: «prefería ir a sentarme sola sobre la hierba florida; entonces mis pensamientos eran muy profundos y, sin saber lo que era meditar, mi alma se sumergía en una real oración». El alimento de la oración lo encuentra directamente en el texto del Evangelio: «en él encuentro todo lo que necesita mi pequeña pobre alma. Ahí es donde descubro siempre nuevas luces, sentidos ocultos y misteriosos».

Da testimonio de una vida totalmente consagrada a escuchar la Palabra, a acogerla y a dejar que dé fruto. De esta forma, cuando la Palabra ha madurado en su corazón silencioso, puede entregarla a los demás, cargada con toda su experiencia del Espíritu.

A pesar del convencimiento sobre su vocación, en ocasiones se siente desgarrada debido a una serie de deseos contradictorios, la estrechez del claustro le parece un impedimento para la inmensidad de sus deseos. Pero reacciona con fuerza, llegando al momento más elevado de su vida y de su mensaje, en el que descubre su vocación en la Iglesia. Lo encontramos descrito en el Manuscrito B de Historia de un alma, su autobiografía, obra fundamental en la Historia de la Espiritualidad. «Mis deseos me hacen sufrir un verdadero martirio durante la oración. Abro las cartas de San Pablo buscando una respuesta. Los capítulos 12 y 13 de la primera Carta a los Corintios se abren ante mis ojos… Leo, en el primero, que todos no pueden ser apóstoles, profetas, doctores…, que la Iglesia se compone de diferentes miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano… La respuesta era clara, pero no colmaba mis deseos y no me daba la paz (…) Pensando en el cuerpo místico de la Iglesia, no me reconocí en ninguno de los miembros descritos por San Pablo, o, mejor dicho, quería reconocerme en todos… La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros; el más necesario, el más noble de todos no podía faltarle, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor hace obrar a los miembros de la Iglesia, que si el amor se apagase, los apóstoles no predicarían el Evangelio, los mártires rehusarían a derramar su sangre… ¡Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares… en una palabra, que es eterno…  Entonces, en un exceso de alegría delirante, me dije: ¡Oh, Jesús, Amor mío… he encontrado por fin mi vocación, mi vocación es el amor! ¡Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y este puesto me lo habéis dado Vos… en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor… así lo seré todo… así se realizará mi sueño!». 

La originalidad de su doctrina reside en el hecho de proponer un sencillo camino, que se sitúa al alcance de todos en cualquier circunstancia de la vida, despojado de toda complicación y elemento extraordinario, que se caracteriza por la confianza filial y un inmenso amor a Dios. 



Mª Isabel San José Rodríguez


 



jueves, 25 de julio de 2024

La aparición de María y su madre Santa Ana a los primeros cistercienses.

 Ahora bien, la mística cisterciense es también mística Mariana. En una aparición, la Virgen instruyó a la abad alberico que llevara el hábito blanco de la orden juntamente con el escapulario negro, en lugar del hábito negro benedictino. En el Dialogues miraculorum ("Diálogo de milagros",de Cesáreo de Heirdterbsch,(+1240)) de lee:" Durante el tiempo de la cosecha, cuando los hermanos llegaban y ataban las gavillas en el valle de Claraval, descendieron del monte con gran fulgor María, su madre Ana y María Magdalena, para secarles el sudor de la frente y para hacer que soplara sobre ellos una brisa refrescante". La legendaria lactación de San Bernardo por María, representada a menudo en el arte: María hace que tres gotas de su leche caigan sobre los labios de Bernardo, está asociada con la idea bernardina de la mediación de María en el plan salvífico de Dios. San Bernardo comparaba María como un acueducto que transmite la gracia. Sus familias Marianas fueron ampliadas eclesiológicamente por el abad Isaac de Stella altamente favorecido por gracias divinas que había madurado en el sufrimiento.