martes, 1 de noviembre de 2022
Nueva evangelización
sábado, 15 de octubre de 2022
TERESA, MAESTRA DE ORACIÓN
sábado, 17 de septiembre de 2022
HILDEGARDA DE BINGEN, DOCTORA DE LA IGLESIA
Hildegarda (1098, Bermersheim (Alemania) – 1179, Bingen (Alemania))
nace en una familia de nobles y ricos terratenientes. Con tres años, comienza a
tener las visiones de la “LUZ VIVA”, que marcarán toda su existencia. A la edad
de ocho años es aceptada como oblata en la clausura femenina de la Abadía
benedictina de Disibodo, donde es educada por Jutta von Spanheim. A la muerte
de ésta, acaecida en 1136, Hildegarda es llamada a sucederla como “maestra”.
En torno a 1140 se intensifican sus experiencias místicas y visiones, ricas
en contenido teológico, en las que el lenguaje es principalmente poético y
simbólico. Las describe e interpreta con ayuda de su querido colaborador, el
monje benedictino Wolmar, especialmente en su obra maestra, SCIVIAS, “CONOCE
LOS CAMINOS”, inspirado vademécum en el que nos invita a seguir el camino de
Dios, que es el camino de la verdad, la bondad, la justicia y la paz. Resume en
treinta y cinco visiones los acontecimientos de la Historia de la Salvación, desde
la creación del mundo hasta el fin de los tiempos.
Destaco estas bellas palabras en las que la santa pone de manifiesto su
aprecio por Wolmar: “me he confiado a un monje, mi maestro, que se ha
distinguido por la buena conducta en el interior del monasterio, y por la
búsqueda plena de celo, lejos de hacer preguntas curiosas como están tentados
de hacer muchos hombres. Por eso escuchó de buen grado estas apariciones
maravillosas, se llenó de estupor y me pidió que las transcribiera en secreto, de
modo que pudiera saber de qué naturaleza eran y de dónde procedían. Y cuando
reconoció que venían de Dios, se las entregó al abad Kuno y desde aquel
momento colaboró muy asiduamente a mi lado”.
A pesar de tener plena confianza en el monje benedictino, las dudas sobre
el origen y el valor de las experiencias y visiones preocupan profundamente a
Hildegarda, por este motivo, se dirige a San Bernardo de Claraval en busca de
consejo: “la visión impregna todo mi ser; no veo con los ojos del cuerpo, sino
que se me aparece en el espíritu de los misterios… Conozco el significado
profundo de lo que está expuesto en el Salterio, en los evangelios y en otros
libros que se me muestran en la visión. Esta arde como una llama en mi pecho y
en mi alma, y me enseña a comprender profundamente el texto”. De él recibe
plena aprobación, tanto es así que el santo cisterciense y las autoridades de la
Iglesia de Maguncia, bajo cuya jurisdicción se encuentra el monasterio de
Hildegarda, deciden aconsejar al papa Eugenio III que “no dejara oculta en el
silencio aquella lámpara tan insigne”.
En la base de sus numerosas obras se encuentran las enseñanzas de los
Apóstoles, el conocimiento de la literatura de los Padres de la Iglesia y los
escritos de autores de su tiempo. En ellas, la santa muestra con claridad LAS
RELACIONES entre la teología, la antropología y la cosmología; los elementos
naturales y la ciencia médica; y el vínculo de amor que une al hombre con Dios,
su Creador y Salvador. Durante toda su vida Hildegarda utiliza la Creación para
hacer comparaciones con la organización del universo espiritual, así nos dice:
“como el mes de mayo llena de alegría el corazón humano, así el hombre debe
reconocer con sus ojos, de un modo totalmente natural, el uso adecuado de las
cosas de la naturaleza, de forma que aprenda a distinguir con su propia madurez
lo que entre todas es digno de ser visto, para poder decidirse después por eso
con toda la fuerza de la propia razón”.
En los mismos años en los que se dedica a escribir el Scivias (1141–1151),
da inicio su amplia PRODUCCIÓN MUSICAL. “La música, dice Hildegarda,
despierta en el hombre la nostalgia del Paraíso”. Hay que recordar que la
música y el canto eran y siguen siendo elementos centrales en la liturgia
benedictina.
Mantiene un intenso intercambio epistolar con numerosos destinatarios de
toda Europa. Se conservan cartas dirigidas a humildes laicos, abades, obispos,
nobles. Entre los nombres ilustres destacan los pontífices Eugenio III, Anastasio
IV y Adriano IV, y el emperador Federico Barbarroja.
Tanto en la Abadía de Disibodo, como posteriormente en los dos
monasterios que FUNDA, cuida la vida espiritual y material de la comunidad.
Distribuye con moderación los tiempos de ayuno, silencio y oración, alternando
con tiempo de trabajo, descanso y sana distensión, como marca la regla de San
Benito.
Extramuros, promueve una reforma de la Iglesia, especialmente la mejora
de la disciplina del clero. Ejerce un FECUNDO APOSTOLADO, que le lleva a
realizar cuatro grandes viajes entre 1158 y 1171. Predica en plazas públicas y
catedrales.
La actualidad de su obra ha sido puesta en evidencia en los últimos
decenios. De ella se ha dicho que puede ser vista como una estrella que difunde
una luz tan espléndida, que justifica la gran veneración que se le ha atribuido en
los siglos pasados y en nuestro tiempo. En 2009, Margarethe von Trotta dirige
“Visión. La historia de Hildegard von Bingen”, interesante y bella película, en la
que se muestra con bastante fidelidad la fructífera vida de la santa.
- Mª Isabel San José Rodríguez
sábado, 20 de agosto de 2022
San Bernardo
BERNARDO DE CLARAVAL
La Orden Cisterciense vio la luz en una época de profundos cambios políticos, sociales, intelectuales y artísticos, en la abadía francesa de Cîteaux, fundada en 1098 por los Santos Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding. La nueva orden surgió como respuesta a la relajación benedictina, a cuyas fuentes estos monjes quisieron retornar.
La expansión definitiva la dio unos años más tarde San Bernardo (Castillo de Fontaines-les-Dijon, 1090 – Abadía de Claraval, 1153) que ingresó en ella en 1112. Hombre de extraordinario carisma y con una gran habilidad de persuasión, de ahí el sobrenombre de “el Cazador de almas”. Con un agudo sentido de la observación, una imaginación vivaz y una capacidad excepcional de sentir y de emocionarse, Bernardo es un poeta. De sus escritos cabe señalar no solo la importancia del conjunto de ideas expresadas, sino también el clima poético creado. Destacan las Cartas, los Tratados Doctrinales y ante todo los Sermones, de gran valor espiritual. Su obra magna es una serie de 86 Sermones sobre el Cantar de los Cantares, que comenzó en 1135 y que continuó durante quince años, dejándola incompleta.
Recorrió Europa y participó en los principales conflictos doctrinales de su época. Contribuyó a la reforma del clero. Invitó a los obispos a practicar una mayor pobreza y un mayor cuidado de los pobres.
Con todo ello, puso las bases de una de las órdenes más importantes de la cristiandad durante la Edad Media, que perdura en nuestros días con toda la fuerza de su original espiritualidad.
Bernardo es un hombre de Biblia. Posee un conocimiento amplio, profundo y preciso del texto sagrado. Gran parte de sus páginas son un mosaico de citas bíblicas, hábilmente escogidas, dispuestas y trenzadas, cuya luz ilumina todo. Para él, la Escritura está más orientada a la oración que al estudio. Es su alimento, el espacio vital en el que respira y donde encuentra a Dios. Los grandes maestros del monacato piden al monje que se enfrasque y empape de ella, y así lo entiende Bernardo: “Cuando la voz divina comienza a resonar en los oídos del alma, la turba, la aterra y la juzga. Pero inmediatamente, si no cierras el oído, la llena de vida, la ablanda, la calienta, ilumina y purifica. Y finalmente, se convierte en nuestro alimento, arma defensiva y medicina, en nuestra fortaleza y descanso, en nuestra resurrección y plenitud total”.
Teólogo y místico, aportó al hombre de su época la devoción a Cristo Hombre. “Sólo Jesús es miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón”. Su Humanidad se hace así más accesible y, de esta forma, se puede convertir en modelo de virtudes a imitar, y camino para encontrarse con el Dios Amor: “De todas las emociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que Él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado. Si Él ama, es para que nosotros lo amemos a Él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí”.
San Bernardo nos recuerda que, sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y la contemplación, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual: “Debería proseguir la búsqueda de Dios, al que no se busca suficientemente, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión”.
Uno de los aspectos centrales de su rica doctrina se refiere a su amor y devoción a la Virgen María, a la que considera la criatura más bella de la Creación. Ve en ella el modelo de todo cristiano y la intercesora de todas las gracias. Bernardo no tienes dudas: “Per Mariam ad Iesum”, a través de María somos llevados a Jesús. “Tú, quienquiera que seas, y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo en tierra firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella, si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María”.
El mensaje de este enamorado de Cristo y de su Iglesia es válido para nuestros días y para los hombres más distintos, es un mensaje atemporal y universal porque es un hombre de Dios. Un hombre, con las experiencias de cualquier hombre, a veces las de la miseria interior. Un hombre entregado a Dios y poseído por Él, del que recibe luces y energías que son idénticas en todos los siglos. Así el filósofo francés Maurice Blondel (1861-1949) hace la siguiente reflexión: “La lectura de San Bernardo y el contacto con el Nuevo Testamento, sobre todo con San Pablo, me han ayudado a sentirme extraño en nuestro mundo intelectual; y cuanto más intentaba ser de mi tiempo, más me rodeaba de una atmósfera que no tiene fechas, una filosofía de aire libre y pleno humanismo, que pueda respirarse en el siglo XXV igual que lo fue en el II o en el XII”.
Mª Isabel San José Rodríguez
viernes, 1 de julio de 2022
EL SILENCIO
EL SILENCIO
A través de la colaboración periódica en este blog intentaré, por un lado,
transmitir lo importante que ha sido para mí la amistad que he mantenido con las
Madres Cistercienses del Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de
Valladolid durante veinticinco años, afecto que espero continúe largo tiempo; y
por otro, ofrecer mi particular punto de vista sobre distintos aspectos de la Orden
Cisterciense, siempre desde el más absoluto respeto y desde la humildad.
Han sido muchos los buenos momentos vividos en su compañía, en un
ambiente de paz, humanidad y diálogo. Con ellas me he sentido considerada,
querida, escuchada y comprendida.
En numerosas ocasiones he recordado las palabras que Doña Guiomar de
Ulloa, gran amiga de Teresa de Jesús, le dirigió a la santa: “Cuando hablamos,
siempre me gustaría que nunca acabara la conversación”. Este sentimiento
puede que tenga que ver, al menos en parte, con la profunda reflexión de Dom
Mariano Crespo Domingo, abad durante más de veinte años del Monasterio
Cisterciense de La Oliva, Carcastillo (Navarra): “Las hermosas piedras, nuevas
o viejas, de un monasterio no son el refugio donde se esconden unos hombres o
mujeres al margen de lo que pasa en el mundo, sino el caparazón que protege
esa libertad total y profunda que poseen para ser testigos, ahora y siempre, de lo
infinito”.
Y que mejor forma de comenzar esta andadura que hablando de uno de los
principales valores monásticos: el Silencio.
En las últimas décadas se ha escrito mucho sobre la trágica pérdida del
silencio. La vida humana necesita una base de silencio que dé significado a las
palabras. El fluir incesante de sonidos, imágenes y palabras que atacan
constantemente nuestros sentidos, debe ser considerado un serio problema, ya
que no sólo desgasta el equilibrio nervioso del hombre, constituye además una
amenaza para su salud espiritual; de ahí la importancia de redescubrir el silencio
religioso. Y no se me ocurre mejor forma que a través de los monasterios y
conventos y de los sabios testimonios de sus moradores.
Así el Padre Enrique Trigueros, abad de la Abadía Cisterciense de Sta. Mª
la Real de Oseira – Oseira (Orense) nos dice:
“El silencio es absolutamente necesario en el progreso de la vida
espiritual. Es una virtud, que a medida que se va adquiriendo, nos va abriendo el
camino de otras virtudes, como la caridad fraterna, el amor a la oración, y en
definitiva la vida interior que tanta falta nos hace en estos días de ruido y
estrés”.
“El silencio es como un puente colgante entre Dios y el alma. El alma,
enamorada de Dios, tiende hacia Dios a través de este puente”.
“El verdadero silencio no es un vacío. Es el huerto cerrado, el lugar único
para que el alma se encuentre con Dios. Es el comienzo de un idilio divino”.
“El silencio se hace oración cuando somos capaces de entrar en la
profundidad de nuestro corazón, cuando hemos sabido escuchar la llamada
interior que el Señor nos hace”.
“Un silencio así, sencillo, impregnado de oración, no es prerrogativa
exclusiva de los monasterios o de los monjes. Debería ser patrimonio de todo
cristiano. Debería pertenecer a todos aquellos cuya alma está comprometida en
la búsqueda de la Verdad, en la búsqueda de Dios. Pues donde sólo hay ruido,
ruido interior y confusión, no está Dios”.
En la misma línea, Sor Almudena, monja del Monasterio Benedictino de
San Pelayo de Antealtares – Santiago de Compostela sostiene que:
“El silencio es la capacidad de estar aquietado; de descubrir ese lugar
profundo que hay dentro de cada persona para escuchar a Dios”.
“Todos tenemos un núcleo en el que nadie, absolutamente nadie, puede
entrar, por más que lo deseemos. El silencio es el que posibilita entrar ahí, y
descubrir que está habitado por una Presencia con mayúsculas”.
Finalmente recordemos las palabras de Isaac de Nínive:
“Si amas la Verdad, sé amante del silencio. El silencio, como la luz del sol,
iluminará a Dios en ti, y te librará de los fantasmas de la ignorancia. El silencio
te unirá al mismo Dios”.
“Que Dios te conceda experimentar ese “algo” que nace del silencio. Con
sólo practicarlo, como consecuencia de tu esfuerzo, te inundará una luz
inenarrable. Y después de un breve tiempo, una dulzura nace en el corazón, y el
cuerpo se siente embebido, casi por la fuerza, para permanecer en silencio”.
Aun reconociendo la certeza y la belleza de estos textos, lo cierto es que a
la mayoría nos cuesta permanecer en este tipo de silencio. Sería un buen
comienzo para la práctica del mismo, hacer silencio interior en la escucha de la
Palabra de Dios en la liturgia. De esta forma, tendríamos que abandonar las
propias preocupaciones y la congestión de pensamientos habituales, para poder
abrir libremente el corazón al mensaje de Jesús, que nos habla en el texto
sagrado.
“Un profundo silencio lo envolvía todo, y en el preciso momento de la
medianoche, tu Palabra omnipotente, Señor, de los Cielos, de tu trono real, cual
invencible guerrero, se lanzó en medio de la tierra destinada a la ruina”.
(Sabiduría, 18, 14-15)
Mª Isabel San José Rodríguez