Por la costumbre ya no nos conmueve verte crucificado, ni contemplarte muerto y sepultado, y lo que con más intensidad debería traspasar nuestro corazón: tu persona abofeteada, flagelada, escarnecida, escupida, perforada por los clavos y la lanza, coronada de espinas, que apaga su sed con hiel y vinagre, y que en la cruz sólo estabas sediento de nuestra salvación. Cuando pendías en la cruz la tierra tembló, en cambio nosotros reímos; el cielo con sus luminarias se oscureció, y a nosotros nos devora el deseo de brillar en el mundo. Las rocas se cuartearon, pero nosotros endurecemos nuestros corazones. Los sepulcros se abrieron para dar salida a sus muertos, y nosotros, apoltronados en lechos de lascivia, sepultamos nuestros muertos.
Guillermo de Sain- Thierry
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