viernes, 28 de febrero de 2025
SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD: «EL CIELO ES DIOS Y DIOS ESTÁ EN MI ALMA»
sábado, 1 de febrero de 2025
EL LIBRO DE LOS SALMOS
En la Iglesia, el Libro de los Salmos ha sido el libro de cabecera para rezar. También lo era para el pueblo judío y, por tanto, para Jesús; y este es el motivo fundamental por el que nosotros rezamos con ellos. Cristo los rezó no sólo en la sinagoga, sino en distintas circunstancias de la vida, incluso en el momento de la muerte: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22).
Es el tercer libro más amplio de la Biblia, después del Génesis y del Libro de Jeremías. Está compuesto por 150 himnos. Son oraciones corales, esto significa que existe un diálogo a dos coros, uno habla y el otro escucha; esta estructura les da una armonía y un ritmo que facilita una liturgia bella y dinámica. Se escribieron para ser cantados; de esta forma, al incluir la música, el sentimiento brotaba con mayor intensidad que con la simple recitación. Son inagotables pozos de sabiduría, que se abren más y más a medida que se rezan una y otra vez.
Como auténticos poemas, son fruto de experiencias personales de los distintos autores, hombres piadosos pertenecientes al pueblo de Israel. Podemos hacerlos nuestros, y orar con ellos para expresar situaciones y realidades existenciales que nos atañen, de ahí la actualidad de los mismos.
Como muestra, he elegido el hermoso y profundo salmo 102, atribuido al rey David, el rey cantor de Israel. En él se palpa el amor y la ternura de Dios. En la Liturgia de las Horas se le titula ‘Himno a la Misericordia de Dios’.
Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa, / y te colma de gracia y de ternura;
Él sacia de bienes tus días, / y como un águila se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia / y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés / y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia.
No está siempre acusando / ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados / ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, / se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor ternura por los que lo temen;
porque Él conoce nuestra masa, / se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba, / florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe, / su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor / dura desde siempre y por siempre, / para aquellos que lo temen; / su justicia pasa de hijos a nietos;
para los que guardan la alianza / y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono, / su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos, / poderosos ejecutores de sus órdenes, / prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos, / servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, / todas sus obras, en todo lugar de su imperio / ¡Bendice, alma mía, al Señor!
Os invito a escuchar las reflexiones que, sobre la oración y este salmo en concreto, hace fray Ignacio Esparza, monje del Monasterio Benedictino de San Salvador de Leyre (Navarra) en ‘Encuentros en torno al claustro’, encuentros virtuales que nos enseñan la belleza de la Vida Contemplativa.
Mª Isabel San José Rodríguez