jueves, 12 de junio de 2025

San Antonio de Padua

 SAN ANTONIO DE PADUA

DESCANSO DEL CUERPO Y PAZ EN EL ALMA

El periodo estival puede ser un buen momento para alejarnos del mundanal ruido, descansar el cuerpo y fortalecer el espíritu. Aprovecho la memoria litúrgica de san Antonio de Padua (Lisboa, 1190 – Padua 1231), que se celebra hoy, para rendir un pequeño homenaje a este santo tan querido, que consiste en el relato de un capítulo de su vida, el cual nos puede servir de inspiración en este sentido. 

Antonio de Padua ingresó en la Orden de los Hermanos Menores (Franciscanos) con la esperanza de partir a tierras musulmanas, y predicar el Evangelio, sabiendo los peligros que esto entrañaba. Así, en el otoño de 1220, partió hacia Marruecos. Meses más tarde enfermaría de malaria. Esto le obligó a abandonar este territorio el invierno de 1221. Durante la travesía, una violenta tempestad cambió el rumbo de la embarcación hasta las costas de Sicilia. 

Fray Graciano, provincial de La Romaña (norte de Italia), se hizo cargo de fray Antonio, destinándolo al eremitorio de Montepaolo, lugar propicio para su recuperación física y fortalecimiento espiritual. Allí encontró el silencio, un ‘desierto del espíritu’ donde Dios lo condujo para hablarle al corazón. En la humildad, esperó la voluntad de Dios, la cual se manifestó al año siguiente. Dadas sus extraordinarias dotes de inteligencia, de equilibrio, de celo apostólico y, principalmente, de fervor místico, el provincial confió al joven religioso dos tareas: la predicación y la formación de los hermanos. De este modo, comenzó una actividad apostólica intensa y eficaz en el norte de Italia, y posteriormente en el sur de Francia.

La gran obra teológica de san Antonio está constituida por Los Sermones Dominicales y los Sermones Festivi . Un tratado de doctrina sagrada en forma de recopilación de sermones, con los que el santo se propuso analizar las lecturas propuestas para las liturgias dominical y festiva de la época. Están llenos de citas de las Escrituras. A menudo recurre a la doctrina de los Padres de la Iglesia, a textos de teólogos, filósofos, expertos en ciencias naturales e incluso de poetas paganos.

En Montepaolo se encontró consigo mismo y con un Dios que le llenaba de esperanza e ilusión. Halló un lugar donde contemplaba la belleza, la grandeza y la sabiduría del Señor, reflejadas en la ‘hermana naturaleza’, y donde vivía la fraternidad en la intimidad de una pequeña comunidad. Así escribió en uno de sus sermones: «La suavidad de la vida contemplativa es más preciosa que todas las actividades; cuanto se pueda desear no es comparable con ella. El hombre espiritual, alejándose de la solicitud de las cosas terrestres y entrando en el secreto de su conciencia, cierra la puerta a los cinco sentidos y reposa absorto en la divina contemplación, en la que gusta la quietud de la suprema dulzura. Las delicias del Espíritu, cuando son gustadas, no producen tedio, sino que crecen cada vez más el deseo de gozarlas y amarlas. En la suavidad de la contemplación el alma rejuvenece».

Años más tarde, en otro de sus sermones, recordando este lugar tan apacible para su cuerpo y espíritu, señalaba: "En un agua turbia y removida no se refleja el rostro de quien se mira. Si quieres que el rostro de Cristo se refleje en ti, sal del tumulto de las cosas, y haz que se tranquilice tu alma".

            

                                    Isabel San José 






viernes, 28 de febrero de 2025

SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD: «EL CIELO ES DIOS Y DIOS ESTÁ EN MI ALMA»

Recorrer los escritos de la carmelita francesa Isabel de la Trinidad (1880 – 1906) es como pasear por los jardines de la esposa del Cantar de los Cantares: «Un jergón, una silla, un atril sobre una tabla. Esto es todo el moblaje. Pero está lleno de Dios y paso allí muy buenas horas sola con el Esposo». A través de ellos transmite el gozo de vivir un anticipo del cielo. Lo dice muchas veces y de diferentes maneras pero posiblemente esta sea su formulación más lograda: «Llevamos el cielo dentro de nosotros, pues el mismo Dios, que sacia a los bienaventurados con la luz de la visión, se entrega a nosotros por la fe y el misterio. ¡Es el mismo Dios! Creo que he encontrado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior». Santa Isabel afirma que esta experiencia no es exclusiva de los religiosos, también está al alcance de los seglares: «En la montaña del Carmelo, sumergida en el silencio, en la soledad y en una oración que nunca acaba, pues se prolonga en todo lo que hace, la carmelita vive ya como en el cielo: “sólo de Dios”. El mismo Dios que un día será su felicidad y que la saciará en la gloria, se entrega ahora a ella. […] ¿No es esto el cielo en la tierra? Pues ese cielo, querida Germanita, tú lo llevas dentro de tu alma». 
En 1904 redacta su escrito más conocido, Elevación a la Santísima Trinidad, una profunda oración, síntesis de su vida espiritual, que podemos dividir en cinco párrafos. Comienza con una invocación al Dios trinitario. Isabel sabe que Dios Trinidad está en ella y que ella está en Dios, y le pide vivir anticipadamente el cielo, totalmente entregada a su amor: 
«¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para establecerme en Ti, inmóvil y serena, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, mi Dios inmutable, sino que cada momento me sumerja más adentro en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada más querida y el lugar de tu descanso. Que nunca te deje solo allí, sino que esté por entero contigo, bien alerta en mi fe, en total adoración y completamente entregada a tu Acción creadora».
Continúa hablando con Jesucristo, Verbo Encarnado: «¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor! ¡Quisiera ser una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte… hasta morir de amor! Pero conozco mi impotencia, y te pido que me revistas de Ti mismo, que identifiques mi alma con todos los sentimientos de tu alma, que me sumerjas en Ti, que me invadas, que ocupes mi lugar, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh, Verbo Eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser toda oídos a tu enseñanza para aprenderlo todo de Ti. Y luego, en medio de todas las noches, de todos los vacíos y de toda mi ineptitud, quiero vivir con los ojos clavados en Ti, sin apartarme nunca de tu inmensa luz. ¡Oh, mi Astro querido! Fascíname de tal manera que ya nunca pueda salir de tu irradiación». 
Seguidamente invoca al Espíritu Santo: «¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor! Desciende sobre mí, para que en mi alma se haga como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él como una prolongación de su humanidad sacratísima en la que renueve todo su Misterio».
En la cuarta parte, se dirige al Padre por Cristo en el Espíritu: «Y Tú, ¡oh, Padre!, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, y no veas en ella más que a tu Hijo predilecto, en quien has puesto todas tus complacencias».
Concluye como ha iniciado, dirigiéndose al Dios Trinidad: «¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como víctima. Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas».
Teniendo en cuenta su corta vida, podemos considerar que la obra de santa Isabel de la Trinidad es realmente extensa. Sus meditaciones parten siempre de una lectura profunda de la Escritura, principalmente de los Evangelios y de las Cartas de san Pablo pero, como no podía ser de otra manera, en su espiritualidad hay una notable influencia de los santos carmelitas, especialmente de san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y santa Teresita de Lisieux, lo cual no le resta frescura y originalidad. 




                      Mª Isabel San José Rodríguez





sábado, 1 de febrero de 2025

EL LIBRO DE LOS SALMOS


 


En la Iglesia, el Libro de los Salmos ha sido el libro de cabecera para rezar. También lo era para el pueblo judío y, por tanto, para Jesús; y este es el motivo fundamental por el que nosotros rezamos con ellos. Cristo los rezó no sólo en la sinagoga, sino en distintas circunstancias de la vida, incluso en el momento de la muerte: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22). 

Es el tercer libro más amplio de la Biblia, después del Génesis y del Libro de Jeremías. Está compuesto por 150 himnos. Son oraciones corales, esto significa que existe un diálogo a dos coros, uno habla y el otro escucha; esta estructura les da una armonía y un ritmo que facilita una liturgia bella y dinámica. Se escribieron para ser cantados; de esta forma, al incluir la música, el sentimiento brotaba con mayor intensidad que con la simple recitación. Son inagotables pozos de sabiduría, que se abren más y más a medida que se rezan una y otra vez. 

Como auténticos poemas, son fruto de experiencias personales de los distintos autores, hombres piadosos pertenecientes al pueblo de Israel. Podemos hacerlos nuestros, y orar con ellos para expresar situaciones y realidades existenciales que nos atañen, de ahí la actualidad de los mismos.

Como muestra, he elegido el hermoso y profundo salmo 102, atribuido al rey David, el rey cantor de Israel. En él se palpa el amor y la ternura de Dios. En la Liturgia de las Horas se le titula ‘Himno a la Misericordia de Dios’.


Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades;

Él rescata tu vida de la fosa, / y te colma de gracia y de ternura;

Él sacia de bienes tus días, / y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia / y defiende a todos los oprimidos;

enseñó sus caminos a Moisés / y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia.

No está siempre acusando / ni guarda rencor perpetuo;

no nos trata como merecen nuestros pecados / ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra, / se levanta su bondad sobre los que lo temen;

como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor ternura por los que lo temen;

porque Él conoce nuestra masa, / se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba, / florecen como flor del campo,

que el viento la roza, y ya no existe, / su terreno no volverá a verla.

Pero la misericordia del Señor / dura desde siempre y por siempre, / para aquellos que lo temen; / su justicia pasa de hijos a nietos;

para los que guardan la alianza / y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono, / su soberanía gobierna el universo.

Bendecid al Señor, ángeles suyos, / poderosos ejecutores de sus órdenes, / prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos, / servidores que cumplís sus deseos.

Bendecid al Señor, / todas sus obras, en todo lugar de su imperio / ¡Bendice, alma mía, al Señor!


Os invito a escuchar las reflexiones que, sobre la oración y este salmo en concreto, hace fray Ignacio Esparza, monje del Monasterio Benedictino de San Salvador de Leyre (Navarra) en ‘Encuentros en torno al claustro’, encuentros virtuales que nos enseñan la belleza de la Vida Contemplativa. 



Mª Isabel San José Rodríguez