LA LITURGIA DE LAS HORAS. SEGUNDA PARTE
Con la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II, el Oficio Divino
se abre de nuevo a los cristianos no consagrados a la vida religiosa. Se considera
un complemento necesario a la Eucaristía.
Con la primera de las Horas Canónicas, VIGILIAS, se significa la actitud
de vigilancia y espera, y la intención de dedicar el tiempo tranquilo y exento de
actividad laboral a la oración y a la contemplación de la Palabra de Dios.
Los Laudes, como oración matutina, y las Vísperas, como oración
vespertina, son el doble quicio sobre el que gira el Oficio Divino. Se consideran
y celebran como las Horas principales o mayores.
San Basilio expresa el carácter matinal del oficio de LAUDES con las
siguientes palabras: «Al comenzar el día oramos para que los primeros impulsos
de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna
antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento en Dios, ni empleemos
nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner por obra lo que fue dicho: “Porque
a ti suplico, ¡oh, Yahvé! / De mañana tú escuchas mi voz; / temprano me pongo
ante ti y espero”». (Sal 5, 4)
El origen del término viene del latín laudare, que significa ALABAR, y es
un fiel reflejo de su finalidad principal, comenzar el día con un acto de alabanza a
Dios: «Que nuestra voz, Señor, nuestro espíritu y toda nuestra vida sean una
continua alabanza en tu honor y, pues toda nuestra existencia es puro don de tu
liberalidad, que también cada una de nuestras acciones te esté plenamente
dedicada. Señor, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros
corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos,
para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y siempre».
Esta Hora trae a la memoria el recuerdo de la RESURRECCIÓN DEL SEÑOR,
que es la luz verdadera que ilumina a todos. La lucha entre el binomio luz -
tinieblas es una constante en la tradición cristiana. Basta recordar las palabras del
evangelista San Juan: «Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina
a todos los hombres» (Jn 1, 9). «Otra vez les habló Jesús, diciendo: Yo soy la luz
del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá luz de vida»
(Jn 8, 12). «Humildemente te pedimos, a ti, Señor, que eres la luz verdadera y la
fuente misma de toda luz que, meditando fielmente tu ley, vivamos siempre en tu
claridad».
Cuando declina el día se celebran las VÍSPERAS, en ACCIÓN DE GRACIAS
por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar
con acierto: «Dios todopoderoso, te damos gracias por el día que termina e
imploramos tu clemencia para que nos perdones benignamente todas las faltas
que, por la fragilidad de la condición humana, hemos cometido en este día».
Las Vísperas nos proyectan hacia la LUZ SIN OCASO. Oramos para que
Cristo nos otorgue el don de la luz eterna: «Dios todopoderoso y eterno, Señor
del día y de la noche, humildemente te pedimos que la luz de Cristo, verdadero
sol de justicia, ilumine siempre nuestras vidas, para que así merezcamos gozar
un día de aquella luz en la que habitas eternamente».
Las Horas menores nos hacen revivir: a media mañana, TERCIA, el
envío del Espíritu Santo; a mediodía, SEXTA, la crucifixión del Señor y a
primera hora de la tarde, NONA, la muerte de Jesús.
Con el oficio de COMPLETAS la jornada toca a su fin. Se pide para
todos la paz y el perdón de Dios, la reconciliación y la posibilidad de comenzar
al día siguiente una vida nueva. Se da gracias a Dios por el día que termina y se
ruega protección divina para el descanso nocturno.
Mª Isabel San José Rodríguez